Capítulo 32

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Luego de un fatídico, largo y pesado día que inició con el difícil comportamiento de la oficial Eminda, y tras los nuevos descubrimientos en su conversación con Légore, el padre Milson estaba más convencido que el hurto de los fetos tenía la marca de los dos religiosos. Le dolía en el alma que su amigo, de quien nunca se enteró de su otra personalidad, estuviera implicado. Tenía un especial interés en descubrir qué tanto lo estaba y la verdadera inclinación de su vocación.

—¿Con quién oras en las noches, amigo? —peguntó antes de dormir.

Recostó su cuerpo cansado sobre la cama, y su cabeza reposó en una almohada mullida fabricada de plumas de aves que se hundió hasta sentir la colchoneta, insinuando una carga demasiado pesada en su cerebro. La sensación le sugirió que su espíritu necesitaba una almohada ergonómica para corregir la postura tormentosa y disminuir el estrés que le produjo la muerte de Eda, que todavía estaba fresca en su conciencia.

Era necesario un sueño tranquilo que por aquella época escaseaban. De pronto, sintió que las plumas emitían graznidos de cuervos que tenían vida sacudiéndose al interior de la almohada, cuando logró incorporarse, dos espíritus lo habían sometido a la fuerza, y una voz desapacible penetró como un tornillo ajustado en sus oídos:

«Puede ser el tercer miembro, padre Milson. Basta con que pose su mano sobre la biblia que regirá sus acciones. Nos alegrará que lo haga por su propia voluntad... Luego de la marca, ya no tendrá que preocuparse, su débil arbitrio será sometido por una facultad mayor que gobernará en su laberinto espiritual. La resistencia hará que el placer de subyugarlo sea solemne. Así que no lo piense».

Luego de ser sometido por la fuerza del padre Loenzo, que lo sujetaba con los brazos alrededor de su espalda para impedir el movimiento de su mano derecha, con la mano izquierda liberada, el padre Milson sufría al ver cómo era conducida con violencia por la fuerza bruta del padre Leónidas, que intentaba posarla sobre un libro de pasta negra, en el que resaltaba un símbolo que pronosticaba muerte.

Era la misma reliquia forjada con escaras en la piel de la región palmar de los dos sacerdotes. A un lado, el espíritu remordido de Eda estaba de espectador. Fue esta imagen la que le dio la fortaleza de revelarse imponiendo su fe.

El grito arrancado con furor de sus cuerdas vocales lo retornó a la vigilia con el corazón sobresaltado. Se apresuró en detallar su mano izquierda por lado y lado, palpándola con la derecha y con la mirada. Gotas de sudor desprendidas desde la frente posaron sobre ella. Todavía le pertenecía a Dios. Los latidos fueron perdiendo su intensidad con las oraciones masculladas entre labios, y un suspiro de alivio, que por su manifestación, tenía el esqueleto pasional de un deseo prohibido, lo renovó por dentro al expulsar la carga de un pecado obligado que su voluntad rechazó.

Por ventura, se trató de un suceso onírico en una batalla espiritual de la que salió bien librado. Observó con ironía la almohada y decidió cambiarla por un cojín relleno de retazos de tela.

Para dar cumplimiento a la exigencia de la oficial Eminda, creyó acertado contarles sobre el sueño. Ya conocía el insoportable comportamiento de la oficial. Pese a ello, desconocía el desenlace y el nivel de su humor negro para aquel día.

Antes del mediodía estaba en el Departamento de Policía.

—Se trata de la trinidad de la ignominia —explicó—, una congregación de tres miembros regida por un cuarto: el demonio. Cada uno con una misión específica en los designios del mal... Fue tan solo una pesadilla. Puede ser el anuncio, o una advertencia de lo que podría pasar. Conocemos dos de los tres miembros. Si la intención es someterme, eso nos dice que el tercero también será un eclesiástico. Lo que no entiendo... es porque podría ser yo. Se supone que deban tener alguna relación en sus acciones...

—¿Está seguro que las suyas no son turbias y han sido tejidas con material religioso? Profesión que por cierto no es ninguna garantía cuando hay más pecados ocultos que entre el cielo y la tierra. Si quiere la evidencia hay tiene dos. ¿Algún pecado oculto, padre Milson? —manifestó Eminda con su humor negro de siempre.

El religioso emérito le lanzó una mirada que insinuó su excomunión inmediata. Y el doctor Sié, tosió para evitar atragantarse con la espina de algún mal pensamiento.

—Tendré que vigilarlo de cerca, padre —insistió con el tema—. No vaya a ser que usted se inscriba en la famosa congregación. ¿Cree tener otra personalidad distinta a la que conocemos?

—No sea chistosa, oficial.

Tomó su agenda que reposaba sobre el escritorio de la oficial de policía, y se retiró sin emitir una palabra más.

—Que conste que lo dije. Nunca se sabe... —ultimó ella.

No duraría un día la rabieta, cuando fue informado esa misma noche por el doctor Sié al celular, sobre la reunión al día siguiente en la tarde para analizar y vincular los nuevos descubrimientos a la investigación.

El momento llegó. Había endurecido el rostro con dificultad para darle a entender que no estaba para más sátiras. El saludo llevaba la dirección del doctor Sié.

—Retomando lo que ya tenemos —dijo la oficial Eminda sin prestar atención a la actitud del sacerdote—, con el aporte de Légore, se hace necesario considerar la teórica vinculación del padre Leónidas a través de una de sus personalidades con el homicidio del arzobispo Zardoli, cuando casualmente, se hallaba en el hotel el día de la conferencia.

El doctor Sié aprovechó el tema para dar sus aportes, y relacionarlos con el pronunciamiento del Gobierno ante la intervención de la diócesis, donde fue vapuleado su profesionalismo. Estaba buscando la oportunidad de sacarse la espina.

—De ser el homicida del arzobispo Zardoli, reconsideraría las evidencias del padre Milson para relacionarlo con la muerte de la señora Eda. La sola muerte del arzobispo, es un crimen monumental que supera la transgresión contra la virtud de la religión de que dice la carta, habiendo cometido el mayor de los pecados y la peor de las felonías contra la iglesia, suficiente para refutar la decisión de suspender las inspecciones de los templos. Y de vincular las dos muertes al mismo individuo de personalidad antisocial, sería un argumento de peso mayor para comprobarles que los enemigos de la iglesia también forman parte de ella, y que suelen ser más peligrosos que el peor de los criminales antisociales cuando promulgan el bien confabulados con el mal.

—Tendríamos que hacer la tarea al revés y no creo que haya tiempo. No podemos esperar los resultados de los homicidios para avanzar en el caso de los fetos hurtados —aclaró la oficial.

—Creo que había un segundo tema —preguntó ella.

—El curioso sueño del padre Milson —dijo el doctor Sié, sin la intención de polemizar.

—Pesadilla —corrigió el eclesiástico. Sería lo único que aportaría. No estaba de ánimo para más.

—Claro, el tercer miembro de la trilogía del mal. No es una ofensa, padre Milson, para su tranquilidad, recreo lo que usted nos manifestó —aclaró la oficial Eminda dirigiéndose a él.

Silenció para no polemizar. Sabía que aquella mujer de carácter fuerte y aficionada al sarcasmo, no tenía remedio para su conducta.

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora