Capítulo 15

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Estaba en su oficina asqueada entre papeles y pensamientos inútiles. No hallaba lugar para sus manos que rozaban su cabello, su barbilla, la frente, el celular, los arrumes de papel, y por poco, tocaban el malestar en su estómago que le estaba produciendo la investigación...

No habían pasado cuatro días de haber contratado al doctor Sié, cuando recibió la llamada del superintendente del Departamento de Policía.

Aguijoneado por la presión de la Casa Blanca, que interpretaba el malestar maternal existente en la ciudad como una bomba menopáusica de sintomatología sistémica, cien veces más potente que la bomba de neutrones, tuvo la salomónica idea de sugerir de manera imprevista, la confrontación a cada mujer embarazada que deambulara por la ciudad para averiguar algunos datos de su vida privada, a la espera de obtener información inquietante que facilitara la investigación.

Al interpretar la solicitud como un agravio, la oficial Eminda no soportó la procacidad intelectual del directivo, que de inmediato abofeteó con su temperamento en los mejores días:

—Disculpe, señor, mi atrevimiento. Según capté la malévola y sediciosa idea: ¿Pretende que transforme a todo el Departamento de Policía en ginecólogos ambulantes con armas y uniformes, para consultarles a más de doscientas cincuenta mil mujeres embarazadas en toda la ciudad de Nueva York cómo concibieron sus hijos?, ¿si sostuvieron relaciones con el demonio?, ¿si creen que sus hijos son humanos? Creo que es absurdo. ¿Existe algún formato que deban diligenciar al hacerles el chequeo visual? Si persiste en su idea... le sugiero que la lleve a cabo usted mismo. Que tenga buen día.

Se atrevió a colgar el teléfono.

Fastidiada de que las investigaciones contaran con la reverencia y manipulación de la sabiduría política, no tardó en ejercer presión sobre el doctor Sié.

El teléfono sonó en el estudio de su casa en medio de un silencio ensordecedor que le sobresaltó: corazón, cerebro y pensamientos.

—¿Dígame que tiene algo... así sean mentiras, doctor?

—Aún trabajo en el tema, oficial...

No hubo más que la recomendación de acelerar las ideas en su mollera así quedara descalcificada por el esfuerzo.

Llevaba menos de una semana convertido en un monólogo deliberando consigo, y dedicado al análisis de la evidencia suministrada, con el embotellamiento de documentos, libros y el computador personal sobre la mesa. Había escuchado la grabación con tal miramiento, que de la exageración en veces la memorizó a la perfección. Hacía falta que su cerebro dosificado de conocimiento encontrara la clave del acertijo.

Estaba seguro que la desaparición de los fetos tenía relación con la extraña conducta del sacerdote...

Repasó una y otra vez las declaraciones de las mujeres entrevistadas. El comportamiento mental de la mujer en la clínica de siquiatría. Y los detalles hablados de la exposición fotográfica en el museo que visitó Légore, con la impresión de haber visto su cuerpo en uno de los cuadros. Aquel que luego desapareció.

Después del tercer cigarrillo y el quinto tinto del día, se centró en las exposiciones fotográficas por el evento casual que vivió Légore Zenal, además de que varias de las mujeres a las que se les hurtó el material genético, relacionaban en sus declaraciones la pasión por fotografiar sus vientres. Incluso, una de ellas estaba obsesionada con ver el rostro de su hijo demarcado en la piel como quien se cubre el rostro con una bolsa plástica, que le había tomado más de quinientas fotografías para seleccionar una.

Por horas, durante días estudió cada detalle del proceso fotográfico, su historia, los primeros experimentos, la función del daguerrotipo y la cámara estenopeica. Fue esta última la que llamó enormemente su atención, cuando leyó parte de la información en la web que decía:

«Cámara fotográfica sin lente, con sólo un pequeño orificio por donde entra la luz».

—Con sólo un pequeño orificio por donde entra la luz —repitió.

Le pareció conocido el argumento, y de repente, igual que los accidentes circunstanciales de grandes experimentos, creyó tener algo. Por enésima vez repitió la grabación del padre Loenzo ubicando aquella parte que decía:

«El hijo de la bestia retornará a la tierra para reclamar su trono. No entrará por puertas ni ventanas... bastará un diminuto orificio. El bien le servirá de resplandor para que todos lo vean. Su imagen será perpetuada como un fantasma en la oscuridad».

Tomó nota susurrando las palabras escritas:

—No entrará por puertas ni ventanas... bastará un diminuto orificio...

Las comparó con parte de la definición de la cámara estenopeica que también anotó:

«...con sólo un pequeño orificio por donde entra la luz».

—Perfecto —dijo— encajan los «orificios». Debo hacer coincidir la parte de la luz.

Leyó de nuevo la segunda parte:

«El bien le servirá de resplandor para que todos lo vean...».

Su rostro se iluminó antes de emitir un juicio.

—Eso es. El «bien» es la luz. Es el resplandor...

Animado, prosiguió con el resto de la frase del padre Loenzo para tratar de encajarla en el tema de la fotografía:

«Su imagen será perpetuada como un fantasma en la oscuridad».

De inmediato hurgó entre sus notas de días atrás buscando las primeras definiciones que leyó en voz alta:

«La fotografía es el arte de pintar con luz sobre un lienzo oscuro... La cámara captura la imagen idéntica a la real. Esta imagen sería permanente después de haberla secado en la oscuridad».

—¡Oh por Dios! Esa es la razón de lo que está ocurriendo — manifestó sobresaltado al levantarse del asiento y llevar sus manos a la cabeza—. No entrará por puertas ni ventanas... lo hará a través de un vientre fotográfico —concluyó el experto.

De nuevo retornó al computador para consultar sobre cámaras estenopeicas.

—Aquí está.

Leyó la primera información que apareció con una fotografía:

«Cámara estenopeica natural. Castelgrande of Bellinzona. Suiza».

—Un sitio así es como el que debemos buscar —expresó.

Sin meditarlo un segundo más tomó el celular y marcó:

—Oficial..., creo que tenemos algo. Le interesará saber a qué nos enfrentamos...

—Ya era hora —respondió—. Estaba seriamente considerando sus servicios. El padre Milson está conmigo. Sería bueno que también lo enterara.

—Iré a su oficina ahora mismo.

Después de colgar suspiró y se dijo:

—Me pregunto si habrá tiempo para otro café con semejante opresiva y sediciosa. Espero que no tenga oídos que escuchen a kilómetros.

Se carcajeó disfrutando el momento y la ocurrencia mientras servía el enésimo pocillo de café concentrado. Una pausa activa que sirvió para aclarar las ideas y construir mentalmente la percepción de lo que suponía, pudo haber ocurrido. Solo faltaba convencer a otros. 

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora