Capítulo 40

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Todavía el sótano expelía ripio de humo negro que impregnaba el templo. Una cortina de humo más claro naufragaba en el espacio y se había detenido entre las cúpulas. Se sentía el calor sofocante y atrapado que venía de abajo. Por aquella noche los murciélagos tendrían que buscar refugio entre los árboles.

El templo permanecía iluminado con luz tenue desde el altar, y se expandía a lo largo de las naves laterales por las velas encendidas en los faroles.

—Creo que la prueba surgió efecto, señor.... —expresó el hombre de los lentes oscuros sentado sobre la primera banca. Los llevaba puestos.

Vestía de negro desde el cuello hasta los zapatos. Parecía una sombra de carne y hueso que se proyectaba sin materia como otra sombra débil alimentada por las velas.

—A partir de ahora tienes una enorme responsabilidad, Absalón —dijo una voz áspera y candente. Su dueño estaba de espalda.

Vestía de blanco para resaltar la pulcritud añorada de su vida contraria. El negro lo llevaba por dentro. El más negro que pudiera existir. Era su luz personal.

Absalón asintió con la cabeza aceptando el compromiso.

—Hay demasiados pecadores en el clero —prosiguió el desconocido de la voz áspera y candente—. Es hora de multiplicar los panes y los peces a mi manera. Cada uno será profeta de las bestialidades que proliferan y anunciará la llegada de mi último hijo. Tal como lo anunció el padre Loenzo. Doce vientres fue el principio; todos los demás quedarán vacíos. No habrá uno sólo sin prestar el feto para que lo habite un soldado de mi ejército. Millones de fotografías parirán en la tierra antes que el menor de mis hijos haga su presencia.

Un gemido interino se escuchó, y el hombre de voz áspera guio, su mirada al cuadro fotográfico colgado en la pared del fondo detrás del altar que antes lucía vacía, y que dejó ver un vientre esférico y fresco en papel resina mate de tonalidad amarillenta... La mancha acanelada bordeaba el ombligo. Sobre su lado derecho, se podía apreciar el lunar ovalado de pigmentación oscura. La línea alba proveniente del pubis que lo atravesaba mantenía su camino hacia el esternón. Y arriba de la cerviz, reposaba el rostro de Légore.

Ahora tenía identidad. Fue de él que se hicieron las demás copias.

—Debo regresar —dijo el desconocido.

Levitó sobre el altar y se acercó al cuadro... Depositó con celo su mano derecha sobre el vientre esférico, y la pared giró con todo y cuadro llevándolo consigo, dando la espalda a Absalón, para quedar en frente de una inmensa y lóbrega oquedad que conducía a los designios del demonio.

Iba feliz con su proyecto de vida tortuosa sumido en las ignominias de su reinado, llevaba el rostro amargo poseído de resentimiento y sin una migaja de lástima al subyugar las almas pecadoras. Lo dejó ver cuando los murciélagos revolotearon emitiendo sus chillidos de ovación. Estaba plagado de maldad y oreado al fuego del infierno que atizaba su sangre, y resaltaba con su colorido como dos océanos apasionados habitando en la esclerótica de sus ojos.

En el templo, la pared del fondo detrás del presbiterio quedó nuevamente desnuda.

Absalón caminó hacia la puerta principal en la parte frontal de la iglesia a la que el bien le dio la espalda, y detrás de sus pasos se iban apagando las velas que soplaban los espectros. Al cruzar el umbral, se esfumó entre las sombras de la noche cuando ya era parte de ellas.

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora