Capítulo 35

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Después de llamarla con insistencia a la casa y marcarle al celular agotando la capacidad del buzón de mensajes, Analé decidió ir a buscarla.

No le había dicho que se marcharía, ni esperaba que lo hiciera tan pronto cuando su estado anímico continuaba en vilo. Al llegar a su casa el alboroto de Zior pareció decirle que la había visto. Fue su intuición. Pudo comprobarlo al advertir que la cama estaba desordenada y las cobijas colgaban hacia el piso.

Desde el incidente del hurto al vientre... era ella quien le daba de comer a Zior y lo sacaba a pasear unos minutos en la mañana antes de ir a trabajar. La cama siempre permaneció ordenada. Supuso que había tenido sexo esa tarde. ¿Con quién? No se atrevió a pensar que fuera con Leonzo cuando compartía el mismo cuerpo del padre Loenzo, y la mortificación de que su hijo fuera de él, así lo hubiera perdido sin saber cómo, ya le tenía agujereada el alma.

Le marcó una vez más al celular. Repicaba normal sin alguien interesado en contestar. Al observar de nuevo la cama, un indeseable presentimiento le insinuó que pudo ser sometida a la fuerza. Fue entonces cuando decidió llamar al padre Milson y contarle lo que estaba sucediendo.

—Es Analé. Légore desapareció —anunció sin detalles el padre Milson cuando estaban reunidos. Luego los daría.

—Esto comienza a parecerse a la película: ángeles y demonios —dijo la oficial.

—¿Y eso qué significa? —cuestionó el padre Milson.

—Que sigue siendo complejo y empeora, pero que tenemos otras opciones. Eso creo...

De inmediato dio las instrucciones:

—Llama al Departamento de Informática, Frank, pídeles que triangulen la localización del celular de Légore. Si es posible, que den la ubicación exacta. Este es el número. Te llegará por mensaje de texto —ordenó.

Frank se retiró para cumplir con la tarea. No tardaría en regresar. Mientras, el padre Milson intentaba comunicarse de nuevo con Analé para que lo enterara de los sitios en que la había buscado. Lo último que supo de ella, la hora, el momento, etcétera. No contó con suerte cuando la llamada iba directo al buzón.

—Fue localizada en dirección al pueblo abandonado de Kentum. Van por el camino de las ánimas —informó Frank.

—No suena muy amigable —comentó el clérigo.

—Hay una iglesia católica abandonada en ese lugar. Faltaba por explorar la zona rural. Se supone que lo haríamos cuando termináramos en la ciudad. Cosa que no sería muy pronto —explicó Eminda mientras revisaba el arma, buscaba municiones, organizaba el bolso y tomaba el abrigo.

— Eso indica que sin importar con quien esté: Loenzo Espetia o Leonzo Estepia, por algún motivo la conducen allí —dijo el padre Milson. ¿Puede indicarme cómo llegar, oficial? Dios sabe de mis acciones. No me importa cómo me juzgue la diócesis en las palabras necias y caprichosas del obispo.

—Según recuerdo, el comunicado del Gobierno no mencionaba templos «abandonados». Memoricé el párrafo y sé que dice: «No hay autorización para curiosear en las iglesias que prestan el servicio a los feligreses». Y si está abandonada, no creo que los fantasmas que la habitan nos denuncien con el clero. Lo que indica que tenemos autorización para hacer nuestra tarea. Además... es la primera vez en mucho tiempo que confío en las cautas palabras de un par de desconocidos.

—Si ya tienen a su hijo Marcus, ¿cuál sería el motivo para retenerla? —preguntó el doctor Sié.

—Siendo ella la causa facilitadora de la invasión del mal. La progenitora del ser servido en la copa pélvica rebosante de sacrilegios que será habitado por el líder, es probable que el demonio quiera conocerla en persona —respondió el Padre.

—No se les olvide, señores, que el padre Leónidas también tiene sus oscuros intereses. Y la casualidad lo ubica en el lugar y día de la muerte del arzobispo Zardoli. La necesidad me obliga a sugerirles que nos acompañen, pero debo aclararles que no están libres de riesgos. Y que no portarán un arma.

—Claro que sí la portaremos —dijo el padre Milson.

Observó el garrafón de agua que estaba sobre el escritorio de Vivián. Lo consumía dos veces al día para conservar la armonía de sus curvas. Lo tomó, lo destapó, introdujo la punta del pectoral que siempre cargaba en su cuello mojando los pies de Cristo, y lo bendijo de nuevo mientras oraba.

—¿Ya está lista el agua explosiva, padre? Le sugiero que se apresure. Nos coge la tarde —expresó la oficial Eminda que presenció el ritual.

Tres patrullas con oficiales de la policía se dirigieron al sitio señalado.

—¿De quién es el cuarto vehículo? —preguntó Frank al visualizarlo media hora después por el retrovisor interno. Era quien conducía la patrulla donde iba la oficial Eminda, el padre Milson y el doctor Sié.

—Es Analé —respondió el padre al girar el cuello hacia atrás y reconocer el automóvil—. Debió llegar cuando salíamos y decidió seguirnos.

—Espero que el agua alcance, padre. Hay demasiados civiles para proteger —comentó la oficial.

—¿En cuánto tiempo llegaremos? —preguntó.

—En una hora estimada luego de salir de la carretera principal sin trancones raros en el camino. Les sugiero un poco de música para avivar el ánimo —respondió Frank.

Cuando iban hacia la población, la oficial Eminda los enteró de las habladurías sin libro.

—El pueblo y su iglesia tienen su historia hace más de un siglo. El mismo tiempo que el mal habita en él. Dicen que se llevó a cabo una horrenda masacre de inocentes en la iglesia por causa de la guerra, que desató la cólera de los habitantes. Todos dieron la pelea y todos murieron. Desde entonces nadie quiere construir en ese territorio. Según las historias narradas por los que se han atrevido a deambular en su cercanía, dicen que por la noche lo recorren de extremo a extremo las almas en pena. Es por eso que los habitantes de las poblaciones cercanas que no están tan cercanas, denominaron la vía que conduce al pueblo como el camino de las ánimas. Fin de la historia. Resta agregar que como veo las cosas, es probable que contemos con suerte y hallemos el sombrío y misterioso museo clandestino... La famosa cámara de su hipótesis, doctor Sié. La oscura cueva que hemos estado buscando.

Quedaron en silencio por un momento. Después, el padre Milson hizo una llamada. Fue corta.

—El padre Loenzo no se presentó a oficiar la misa en la mañana. El padre Leónidas tampoco estaba. Debieron conformarse con rezar el rosario —comentó.

—¿Quién es su informante, padre?, ¿Dios? —preguntó la oficial.

Él, decidió callar que perder la calma y afectar más su corazón. Bastante preocupado estaba con la suerte de Légore de quien se había encariñado con gesto humanitario. Sin embargo, no pudo evitar que un pensamiento justo y sano, le llegara de repente:

«Dios, dame fortaleza para soportar a esta misántropa amargada».

El oficial Frank y el doctor Sié debieron leer sus pensamientos cuando estaban al borde de experimentar una carcajada. Faltó poco para que se diera.

Entre vientres de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora