Encuentro a Media Noche

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"— En toda mi vida he sido un santo. No sabía lo que era pecar hasta que usted llenó de pensamientos libidinosos la tranquilidad de mi mente— ella tembló bajo el hábil roce de sus dedos. Su respiración se disparó absorbiendo el cúmulo de sensaciones al sentirlo explorar la intimidad de su sexo. Se aferró a su espalda y el marqués la besó con vehemencia abrasando la carnosidad de sus labios.

Había anhelado su cuerpo con arrebato. Tanto, que tenerla bajo su piel le resultaba alucinante. La doncella lo observó rogándole clemencia. El placer la carcomía instándola al acto primitivo de su cuerpo, la unión calcinante de la sensualidad.

—Ya he profanado en la intimidad de mi ser de la manera más impúdica— respiró sobre sus labios acalorada y ruborosa. La mano del hombre acunaba sus senos sujetándolos con adoración. Ajeno a la realidad.

—Que la clemencia de su pecado llene de júbilo un acto tan natural y que el señor piadoso solo considere la necesidad de tan ferviente deseo como la tranquilidad que purifica el sendero del devoto

En respuesta, la cordura que conservaba la abandonó con asombro. El marqués la complació enardeciendo su ingenuidad, haciéndola teñir sus mejillas de sangre con el sonrojo de ellas. La joven estaba infringiendo la firmeza autoritaria de su dama de compañía desperdigando la ansiedad de su avidez.

Una de sus amigas yacía casada, la veía feliz y cuando la visitaba no tardaba en contarle lo fascinada que estaba de su marido. Sabía que ella también ya contaba con edad suficiente como para desear que un hombre la tocase con vehemencia. Sus pensamientos trastornados por el tórrido de sensaciones clamaban con ansía la posesividad de su ardiente virilidad.

—Siendo así, ocupe acallar las súplicas de tan sublime anhelo.

—Que sea efímera la contundente bruma del éxtasis. No consume el enigmático capricho indecoroso con el que la imagino gimiendo ante el arrebato efervescente de la lujuria.

La doncella gimió frente a la decisión de sus manos. Presa absoluta de su deseo, sintiendo aquellas caricias quemándola por dentro que ni siquiera lo detuvo cuando la besó con arrebato guiando sus dedos con brío en el interior de su feminidad. Sus respiraciones disparadas apresaban el límite de lo desconocido, cosquilleando cada centímetro de su caliente piel.

Se miraron con denuedo por varios segundos, atentos a la dilatación del impulso, a sus ojos que rogaban tomarlo por el cuello y terminar con la distancia gimiendo sobre su boca. Las manos del hombre recorrieron, acariciando a su paso, la excitación de sus pezones bajo el acto ferviente de sus hábiles dedos. Todo en él le parecía cautivador, inclusive la manera en que parecía desnudarla frente a sus ojos.

La escuchó gemir, respirando con fuerza, jadeando perdida en lo que absorbía de ella. Su boca torturaba su cuerpo, pronto su lengua se encontró conociendo la firmeza de su vientre. Él sonrió encantado contra su desnudez, besando, descendiendo, de manera sensual hasta llegar al borde de su atributo. La joven se arqueó sintiendo la respiración de él en su intimidad, clavándose con cautela en la devastadora explosión de su resistencia.

Ella misma sabía que era dueña de ciertas hormonas que potenciaban su libido. Lo notó cuando la probó de una manera delirante. Su boca se movió con destreza, jugueteando con esa parte de su cuerpo, disparando aún más la respiración de la doncella.

Ya no le importaban sus pensamientos libertinos y aquellos sueños que la despertaban por las noches debido a la intrusión del vehemente deseo de estar a solas con el marqués. Ya nada era tan excitante como perderse en el presagio de sentirlo clavado en su interior ante el acto más puro que puede existir entre un hombre y una mujer.

—Moriré de haber pecado ante la necesidad de su boca, encendiendo los rincones de mi ansiedad con la humedad de sus labios— aseguró deleitada. Los músculos de la joven se tensaron derritiéndose ante el reclamo de sus roces. Ella con impaciencia, decididamente inexperta, dejó salir un gemido, aferrándose con fuerzas a la superficie del colchón, colapsando con sus terminaciones disparadas.

Humedeció sus labios, aturdida por lo que ese hombre le hacía experimentar. Moviéndose contra su cuerpo, arremetió de nuevo contra su boca. Le estaba costando controlar esa necesidad de embargarla con su líquido cálido.

—Complacido la he escuchado orar— habló sobre sus labios, besándola con ímpetu—. Permítame aspirar hasta la última gota de su dulce rocío. Que mi boca encantada buscará conocer los rincones de la gloria absoluta.

>>De manera que ambos moriremos de haber pecado frente a la imposibilidad de satisfacer con indulgencia la ambrosía de nuestros encuentros.

Susurró llevando sus manos hasta la cara de sus muslos, acariciando a su paso esas piernas, que quería sentir aferradas a su cintura. La deseaba más que a cualquier otra mujer con la que se hubiese topado. Ese cuerpo suyo se tensó al sentir nuevamente que la exploraba. Ella jadeo arqueándose, sosteniendo con firmeza los marcados hombros del marqués, notando como introducía uno de sus dedos en su ser.

Estaba a punto de tener un orgasmo, se quejaba desconcertada debido a la sensibilidad de su zona. Él jugueteó con sus dedos en su interior, manteniéndola al borde de la locura, haciéndola removerse bajo la sensación de su tacto. Siendo consciente de que ya no podría contenerse, dejándola tumbada frente a él con sus piernas abiertas, se protegió necesitando adentrarse en ese cuerpo que tanto le atraía.

El marqués la miró con pupilas dilatadas, absorbiendo la excitación que emanaba de la doncella. Tomó sus piernas, volviendo acercarse hasta ella, hundiéndose con maestría en su sistema. Al sentirlo en su interior se tensó clavando sus uñas en su espalda, gimiendo por lo bajo.

Una oleada cálida se introdujo en aquella habitación en la que existía una bruma llena de vibraciones impetuosas. Sus masculinos labios torturaron con gallardía la perceptibilidad de sus montículos, sintiéndolos, probándolos y devorándolos de manera pecaminosa.

Solo Dios sabía que entre ellos colapsaba el ferviente deseo de la atracción. No obstante, el autocontrol de la doncella se desmoronaba sintiéndose presa de la necesidad del sabor inconfundible de su devoción. Su boca abandonó sus senos sonrojados y ella se quejó apretando sus ojos, implorando por su boca. El hombre la observó fijamente antes de devorar nuevamente su boca. La escuchó respirar profundo cuándo tomó sus piernas enredándolas en su cadera, adentrándose más a su interior.

—Que su santidad se olvide de purificar mi alma si debo abandonar la adoración de sus manos, sus besos y su virilidad fundiéndose en la profundidad de nuestro desiderátum— mordisqueó su labio con lujuria, marcando el ritmo de sus embestidas. La joven soltó un suspiro cargado de concupiscencia, percibiendo el encanto en sus movimientos.

Se quejó bajo sus brazos al sentir que el calor de ese hombre extasiaba su organismo. Perturbada y sin poder contenerlo, echó su cabeza hacía atrás envuelta en un indescriptible placer que arrasó con el atisbo de esa inocencia que aún se encontraba albergado en ella. Él la reclamó con brío enterrándose en su núcleo, con su respiración pesada sobre la boca de la joven.

Aturdida por el placer, gimiendo por lo que su cuerpo estaba experimentando, volvió a arquearse estremeciéndose bajo la exigencia de sus labios. El marqués gruñó con un imponente sonido, temblando sobre su cuerpo, desatando con mayor fuerza el orgasmo de la doncella.

—No me alcanzará la vida para complacer con fervor el antojo de dicha resolución— le dijo con ojos cerrados, sus pechos subían y bajaban por la agitación de sus respiraciones. Permanecieron unidos, sintiendo el calor emanar de su piel, de alguna forma buscaba impregnarse de su apasionante deseo."

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