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Mi madre murió el 20 de diciembre, pero ya llevaba dos semanas con la palidez de un cadáver tiñéndole la piel y hacía una desde la última vez que la había escuchado pronunciar palabra.

    El empleado de la funeraria me sonrió con socarronería al venir a recoger el cuerpo. "Ya era tiempo de que esa puta muriera y de que tú te revolcaras en la miseria que deseabas para los demás, maldito mortífago", lo escuché pensar mientras se marchaba. No pude evitar pensar que en sus crueles palabras se escondía algo más que un poco de verdad.

   Aquella noche no fui a trabajar. No pude. Me acurruqué entre sábanas que ya no eran de seda sino de algodón e intenté llorar, pero no lo conseguí. No sabía qué iba a hacer ahora que la única persona que me quería ya no existía.

CaminosWhere stories live. Discover now