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La señora Chang me miraba con ojos calculadores. Yo, triste y sin fuerzas ni para devolverle la mirada, estaba sentado en una de mis desvencijadas sillas y mantenía los ojos fijos en una mancha que había en el suelo de falso parqué.

   Harry se había ido hacía tres días, y no había sabido nada de él. Ninguna carta, ningún mensaje enviado por patronus o por otro medio... Ni siquiera leyendo El Profeta, que había vuelto a encargar durante estos tres días, había podido descubrir qué estaba haciendo, lo que significaba que no había hecho apariciones públicas. Eso probablemente quería decir que no había salido de la herrumbrosa casa de las comadrejas, seguramente porque estaba demasiado ocupado haciendo Merlín sabe qué con la chica pecosa.

   —Señor Malfoy, le he preguntado hace quince minutos que cómo ha estado esta semana y aún no me ha respondido. ¿Piensa hacerlo un día de estos? —Alcé un poco la vista y la miré fría y lacónicamente. Ella alzó una ceja.— ¿Qué le pasa? ¿Ha perdido de pronto toda esa voluntad de sanar que tenía en la sesión anterior? —Me encogí de hombros. Lo que menos me apetecía en ese momento era explicarle a esa mujer cuán destrozado me sentía.— ¿Tiene algo que ver con la ausencia de Harry?

   —Puede —musité a regañadientes.

   Chang asintió con una mirada comprensiva.

   —No puede basar su recuperación en Harry, señor Malfoy. Usted tiene que ponerse bien por sí mismo, a fin de que pueda recuperar la independencia que ha perdido. ¿Lo entiende?

   —Es usted la que no lo entiende —repuse en voz baja, con el ceño fruncido. Me había ofendido, y a raíz de eso de pronto sentía muchas ganas de explicarme—. Yo no soy nada sin Harry. Antes solo era un conglomerado de clasismo, racismo y deseo desesperado de amor paterno. Todo eso es lo que me ha llevado a la pobreza y a la marginalidad. El único que quizá sea capaz de ver algo bueno en mí es Harry, y eso solo es porque es un idiota. Pero en todo caso, si él ya no está conmigo... —me callé, sin saber muy bien cómo continuar, y un poco distraído por la sobria pluma a vuelapluma, que tomaba nota a una velocidad de vértigo, bailando enloquecida al son de mis palabras.

   —Señor Malfoy, pensar así no es sano. Su autoestima debería ser independiente de lo que opine el resto del mundo, y eso incluye a Harry.

   Sus palabras encendieron mi ira. La miré directamente a sus ojos oscuros y descubrí que tenía el ceño ligeramente fruncido en lo que sin duda era un gesto censor. Se creía muy lista, ahí sentada, dándome órdenes y diciéndome cosas que yo ya sabía, sin duda tomándome por estúpido y pensando que me descubría algo nuevo.

   —Eso es muy fácil de decir cuando no la odia todo el mundo, señora Chang —repuse con tono airado—. ¿Por qué cree que ya no salgo a la calle? ¿Cree que resulta sencillo que cada persona con la que me cruzo me mire como si me quisiera matar? Y por su propio bien espero que no cometa la estupidez de decirme que me lo imagino, señora Chang, porque, por si no lo sabía, soy un maestro en el arte de la legeremancia. —Me callé, con la respiración agitada, solo para añadir, un segundo más tarde, con mucha más amargura:— Y, de todas maneras, a veces ni siquiera tenía que molestarme en utilizar la magia: ellos mismos me decían alto y claro lo que pensaban de mí. —La señora Chang no reaccionó a mi arranque de genio y mala educación, sino que se quedó mirándome con sus reflexivos ojos marrones, como invitándome a continuar. Sin poder contenerme, incluso a pesar del horrible nudo que sentía en la garganta, continué hablando:— Me gritaban los peores insultos; unas veces dirigidos a mí, otras a mis padres. Me decían que, si la ley fuera eficaz, estaría cumpliendo la máxima condena, pero que de todas maneras como mejor estaría sería muerto. También me decían... —La voz se me trabó y las lágrimas, que llevaba ya un rato conteniendo, comenzaron a brotarme de los ojos.— Me decían, unas veces llorando y otras indignados, que por mi culpa su familia estaba muerta. Sus hijos, sus hermanos, sus padres... —susurré, horrorizado— Todos muertos. Por mi culpa. Por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa... —dije una vez tras otra, sollozando, aterrorizado por la verdad que escondían las palabras de todos esos desconocidos.

   —Señor Malfoy, tranquilícese —Me interrumpió la señora Chang, con una voz que me pareció un poco menos fría que de costumbre.

   Me callé, pero continué llorando y repitiendo mentalmente esas palabras, incapaz de parar. Notaba un frío helador atrapado en mis huesos, y me sentía como un juguete feo que se había estropeado a los cinco minutos de sacarlo de la caja, uno que cualquier niño tiraría a la basura sin tener el más mínimo remordimiento. A nadie se le ocurriría llamar cruel a ese niño, mucho menos a mí... Todo el mundo sabe a dónde deben ir las malas conpras, las que no satisfacen tus expectativas.

   La señora Chang me colocó una manta encima de los hombros y yo, sorprendido, detuve por un segundo mis lágrimas para mirarla desconcertado. No la había visto moverse.

   —Estaba tiritando —me explicó con una voz que podría describirse como dulce, y me tendió un pañuelo hermosamente bordado.

    —Gracias —musité tras dudar un segundo, y lo cogí. Azorado, me di cuenta de que estaba comenzando a llorar de nuevo—. Dios mío, lo siento mucho. Disculpe, no pretendo montar una escena, pero no puedo...

   —No se preocupe, señor Malfoy —volvió a interrumpirme—. Puede llorar todo lo que quiera, aquí nadie lo va a juzgar —me sonrió, y quizá me equivocase, pero me pareció distinguir un poco de auténtica simpatía en su rostro.

Asentí con agradecimiento. Nadie dijo nada durante los siguientes minutos. Yo seguí llorando, pero mis lágrimas ya no eran desesperadas como antes, eran tranquilas y mojaban mi cara con una calidez que en cierta manera era reconfortante. Mis pensamientos repasaban una y otra vez todos los actos horribles que había cometido, pero al mismo tiempo una pequeña voz me decía que no había tenido elección, que había hecho todo lo que había podido, que podía ser mejor.

   —Señora Chang, no puedo hacer esto sin Harry —dije bajito—. Me gustaría poder, pero de verdad que es imposible. Estoy solo. Necesito... Necestio estar con alguien que me quiera, y ahora ya ni siquiera tengo a mi madre.

   Preferí no pensar en la posibilidad de que Harry no me quisiera. No sabría qué hacer si esa resultaba ser la verdad.

   La señora Chang me miró con atención y después asintió.

   —Hablaré con él. De todas maneras, no creo que sea un problema —añadió con un encogimiento de hombros—: es evidente que Harry haría cualquier cosa por usted y que estar a su lado no le supone ningún sacrificio.

   —Me gustaría estar tan seguro de eso como usted —respondí.

   No me quedaba más que esperar que tuviera razón. No sabía cuánto tiempo podría seguir así. La ausencia de Harry era la gota que colmaba mi vaso de desgracias.

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