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El día del entierro fue el 24 de diciembre. Me vestí con la única túnica de gala que todavía conservaba y me dirigí al cementerio, sabiendo que sería el único que asistiría al funeral. Mi padre no había conseguido el permiso especial necesario para presentarle los últimos respetos a su esposa, y nadie más querría hacerlo.

   El ataúd descendió despacio. Intenté llorar una vez más, pero no lo conseguí. Me sentía como si yo también hubiera muerto, así que pensé: ¿qué diferencia haría que me aplicara un encantamiento cuchillo?

    El enterrador utilizó su varita para depositar con suavidad un montículo de tierra sobre el féretro. Me di la vuelta para irme, sintiéndome más vacío que nunca.

   La mirada verde y grave de Harry Potter se enfrentó a la mía, descolorida y llena de ojeras.

CaminosWhere stories live. Discover now