Epílogo

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Cho entró en el número 12 de Grimmauld Place con una expresión de ligero disgusto. A pesar de los esfuerzos que habíamos hecho Harry y yo para hacer la casa más agradable desde que nos mudamos a ella, aún nos quedaba bastante por hacer. Sin embargo, ambos estábamos contentos. En cierto sentido, era como si esa casa nos perteneciera a ambos: a Harry por la herencia de Sirius, a mí por la ascendencia Black.

   —Bueno, Draco, ¿qué tal has estado? —me preguntó Cho cuando ya estaba confortablemente sentada en uno de los sofás nuevos del salón, sosteniendo una taza de té que le calentaba las manos que yo sabía que tenía permanentemente frías—. Según sé, tu libro está siendo todo un éxito.

   —Sí, la verdad es que sí —respondí, permitiéndome esbozar una sonrisa sincera—. Sé que la mayoría de la gente solo lo compra por morbo, pero bueno...En las últimas semanas he ganado más dinero que Harry, lo que ess bastante reconfortante, porque ahora puedo comprar yo las cosas, en lugar de vivir como un mantenido. Además, estoy obteniendo buenas críticas, y el otro día batí el récord  de  ventas más alto de Rita Skeeter.

   Haber vencido a esa bruja en su propio juego (en dos ámbitos: en el de la crítica profesional, que a ella nunca le había dedicado halagos, y en la popularidad, que se suponía que era su punto fuerte) me producía una satisfacción malsana a la que no tenía ninguna intención de renunciar.

   —Draco, no deberías darle pie a pensamientos vengativos —me dijo Cho, aunque advertí que no lo dijo con mucha energía. A ella tampoco le caía muy bien Rita Skeeter.

   Precisamente por eso, ni siquiera me molesté en descartar su recomendación con un ademán y cambié directamente de tema.

   —Cho —reclamé su atención. Ella subió la mirada y, sorprendida, observó la magnitud de la sonrisa que me invadía la cara—, tengo algo que darte.

   Alzó las cejas, un poco desconcertada.

   —¿El qué, Draco? —inquirió con curiosidad—. Claramente, debe de ser algo importante.

    Ceremoniosamente, pero sin que la sonrisa se borrara de mi cara, extraje con cuidado un pequeño sobre del bolsillo izquierdo de la elegante túnica de color verde vidrio que llevaba puesta y se lo tendí a Cho. Por la sonrisa cómplice que se formó en su rostro, supe que ya había comprendido lo que era antes incluso de tocar el papel del sobre.

   —¡Una invitación a vuestra boda! —exclamó con alegría tras abrirlo.

   —¡Una invitación de honor a nuestra boda! —La corregí levantando un dedo—. Te sentarás en la mesa principal, junto a Ron, Hermione, los señores Weasley...

   Cho se puso colorada y dejó escapar un jadeo de sorpresa.

   —¡¿Y cómo es eso!?

   La miré exasperado.

   —¿¡Acaso no entiendes lo importante que eres para mí!? Cho, sin tu ayuda yo seguiría solo y triste, quizá incluso muerto, atrapado en aquel asqueroso piso del callejón Diagon.

   —No digas eso, Draco. Tú mismo has sido quien ha hecho el mayor esfuerzo para sacarte de allí —dijo Cho, pestañeando muy rápido, quizá de la emoción—. Pero muchas, muchas, muchísimas gracias. Oh, ¡por Merlín! Me alegro tanto por vosotros...

   Me reí, desconcertado, al ver que Cho empezaba a llorar de alegría. Quiero decir, ¡a llorar! Ella me dirigió una mirada acusadora, pero no pudo mantenerla durante mucho tiempo, y en seguida se lanzó hacia a mí y me envolvió entre sus finos brazos. El corazón se me aceleró y sentí en el estómago una sensación de amor y gratitud puros hacia Cho Chang. Le devolví el abrazo mientras ella seguía llorando sobre mi hombro, y entonces comprendí que había logrado alcanzar la máxima felicidad. Simplemente, ya no sabría qué más pedirle a la vida.
  

CaminosWhere stories live. Discover now