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Llevaba sobre medio minuto en la calle cuando una adolescente de cabello cobrizo se acercó a hablar conmigo.

   —Usted es el señor Draco Malfoy, ¿verdad? —me preguntó, con el rostro inexpresivo, salvo por el alzamiento de una ceja inquisitiva.

   Yo le devolví la mirada, taciturno, y asentí sin más. Esperaba que no se pusiera a insultarme o algo parecido. No estaba de humor para eso.

   Sin embargo, la bruja hizo todo lo contrario. Con cautela, miró a un lado y a otro, y al comprobar que la calle estaba casi completamente vacía, me agarró el antebrazo y se acercó mucho a mí para decirme en un susurro excitado:

   —Estoy de su parte, señor Malfoy. Siempre he querido unirme a los mortífagos, pero no pude hacerlo en tiempos de guerra porque era demasiado joven. —Se inclinó todavía más hacia mí, y me preguntó con los ojos brillantes:— Todas esas habladurías de que está usted... Involucrado con Harry Potter no son más que patrañas, ¿no? ¿Forma parte de un plan para asesinarlo? ¿Puedo ayudar de alguna manera?

   La miré fijamente, y por su cara aniñada determiné que no podía tener más de quince años. Estaba tan desconcertado que ni siquiera sabía qué debía sentir. ¿Acaso todavía quedaban simpatizantes del Señor Tenebroso?

   —Haga el favor de soltarme el brazo —respondí con la voz un poco trémula.

   El rostro de la chica se cuajó de decepción. Desesperada, me agarró con más fuerza, apretando justo donde se ocultaban las desdibujadas líneas de mi marca tenebrosa.

   —¿No se fía de mí, señor Malfoy? ¡Mi sangre es tan limpia como la que más, se lo juro!

   En ese momento fui por fin consciente de lo que me estaba diciendo y el asco me invadió. ¿Sangre limpia? ¿Plan para matar a Harry? ¿Unirse a los mortífagos? Por un momento me sentí transportado a un pasado del que ya no quería saber nada. Me zafé de ella apartándola de un empujón, quizá un poco demasiado fuerte, ya que la tiré al suelo.

   —La sangre que tenga me es irrelevante. Mucho más si aún encima se dedica a ir por ahí predicando la ideología de un genocida —le espeté con una calma fría, sin hacer caso de la gente que, alertada por mi empujón, comenzaba a mirar en nuestra dirección.

   La chica me miró sin comprender y se levantó del suelo con modales pulcros. Me pregunté cuál sería su familia. Sin duda, debía de pertenecer a los Sagrados Veintiocho.

   —Me niego a creer lo que escucho —repuso, aparentemente horrorizada y ajena a la atención que estábamos llamando—. No de usted, señor Malfoy. Usted es una de las pocas figuras de la Guerra que...

   —Señorita Selwyn, debería tener más cuidado con lo que dice. –Escuché decir a la voz de Harry detrás de mí. Me volví a mirarlo, sorprendido, y vi que estaba mirando a la niña con severidad. Debía de haber salido a buscarme.— Le recuerdo que que sus padres no estén aún en Azkaban no significa que no lo vayan a estar en un futuro.

   La tal chica, que ahora yo sabía que era Darla Selwyn, la última hija de una familia amiga a la Malfoy, sonrió con una mezcla un poco extraña de inseguridad y altanería.

   —¿Y quién los va a meter allí? Usted no, desde luego. Es un secreto a voces que dejó colgadas las túnicas de auror para meterse en la cama de un mortífago —dijo con una ironía incisiva y cruel.— Ha pasado usted de ser el protector del Mundo Mágico a acostarse con el enemigo. ¿Qué ha pasado, al final se ha dado cuenta de quién llevaba la razón de verdad en la Guerra?

   La gente que nos rodeaba, aunque lo hacía a una distancia prudencial, era ya un tumulto, y parecía fascinada por las palabras de la chica. Los murmullos de nuestro alrededor se convirtieron en respuestas airadas e incluso en algunos gritos. Aunque ya no estaba mirando a Harry, percibí claramente su enfado creciendo como en ondas expansivas.

   —Con quién me acueste yo no es asunto de na- —comenzó a decir a viva voz, alzándose por encima del ruido, pero yo me apresuré a interrumpirlo. No era necesario que manchara todavía más su reputación.

   —No se preocupe, señorita Selwyn, el auror Potter volverá pronto al trabajo. Entonces podrá arrestar a sus padres, si lo estima necesario, y disipará todas las dudas que pueda tener nadie con respecto a su ideología política —exclamé con firmeza.

   Ni siquiera tuve que gritar, ya que la gente se había callado para escucharme. Pude sentir la mirada desconcertada de Harry quemándome en la nuca, así que me giré para enfrentarla.

   —¿Qué es eso de que voy a volver al trabajo? —murmuró, de forma que solo lo escuché yo. A pesar de que un segundo antes en su voz la ira era tan densa que casi se podía tocar, a mí me habló con dulzura. Sentí cómo el corazón se me ablandaba.

   —Este no es el momento ni el lugar de hablarlo, cariño —respondí hablando igual de bajo—. Aparezcámonos en casa, lejos de toda esta gente, y hablémoslo allí, pero creo que ya va siendo hora de que regreses a tu vida.

   Harry pareció considerarlo durante un segundo que a mí se me hizo eterno, debido a la cantidad de gente que volvía a hablar a nuestro alrededor y que sabía que nos miraba fijamente.

   —Está bien, amor —dijo finalmente, con una sonrisa cálida que le llegó a los ojos—. Pero antes quiero hacer una cosa. Espero que me perdones, pero estoy harto de que lo nuestro sea un "secreto a voces".

   Y, antes de que pudiera impedirlo, Harry hizo justo lo que yo había intentado impedir que hiciera: me besó en medio del callejón Diagon, ante las exclamaciones de la gente que, supongo, aún  tenía la esperanza de que todo fueran invenciones de Rita Skeeter.

   Sin poder creer que Harry estuviera comprometiendo su reputación, su vida y su trabajo de esa manera tan poco inteligente, intenté apartarlo, pero él no me dejó. Enterró sus dedos en mi pelo con suavidad y me besó profundo y con cuidado. Las piernas me temblaron y, enamorado como estaba y diciéndome a mí mismo que qué importaba ya, no pude más que rendirme a su beso, a él y a la alegría que, inesperadamente, surgió en mi interior al darme cuenta de que Harry acababa de hacerme una demostración de amor inmensa. Una que ya era innegable y que quedaría grabada en el imaginario colectivo para siempre.

   Creo que, sin querer, me puse a llorar. Harry había logrado, con dulzura y valentía, destruír la última duda que me quedaba acerca de sus sentimientos por mí. No se avergonzaba de mí, no estaba conmigo por su sempiterna compasión. No. Me amaba, y acababa de dejarlo claro delante de todo nuestro mundo.




NA: Estoy enfermo y la cabeza no me da para nada más, así que subo el capítulo sin revisar. Lo siento si hay errores, pero prefiero eso a romper la racha de al menos una actualización semanal, porque creo que entonces volvería a haber otro parón en la obra, y no quiero, sobre todo ahora que ya está tan cerca el final.

Ah, y cuando intenté entrar en borradores, Wattpad me dijo que no había escrito nada todavía o algo así. Pensé que se me había borrado todo por error y casi me da un paro cardíaco :(.

CaminosWhere stories live. Discover now