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La noche del segundo día Harry, para mi alivio, decidió que ya nos habíamos ignorado lo suficiente.

   Vino a acostarse media hora después de que lo hubiera hecho yo. Se deslizó entre las sábanas con delicadeza y, tras tenderse detrás de mí, me rodeó con un solo brazo y apoyó su frente en mi espalda. Yo sentí una inmediata calidez en el pecho y sonreí con los ojos cerrados.

   —Me gusta como hueles, Draco —murmuró con la voz un poco soñolienta—. Es algo así como a manzanas verdes.

   Esa frase tan simple provocó que me enchiera de orgullo. Puede parecer una tontería, pero estar limpio era todo un logro personal para mí después de meses y meses en los que levantarme de la cama incluso para tomar una ducha me suponía un esfuerzo mental y físico demasiado grande como para llevarlo a término.

   —Gracias. A mí también me gusta como hueles tú, Harry —dije, sintiéndome un poco tonto.

   Harry se rió con suavidad y me estrechó más contra él. Después de eso nadie dijo nada en un buen rato pero, encantado, me di cuenta de que el ambiente enrarecido parecía haberse diluído del todo.

   Me dormí con una sonrisa satisfecha en los labios, deseando que nada entre nosotros cambiara nunca.

  

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