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Una de las cosas que me resultaron más difíciles fue volver a salir a la calle. La gente me miraba con mala cara ya no solo por mi pasado, sino también porque creían que había hecho algo así como lavarle el cerebro a Harry. Al parecer Rita Skeeter había publicado un artículo en El Profeta especulando sobre la posibilidad de que le hubiera lanzado una maldición imperius o incluso de que le hubiera preparado un filtro de amor. Sospechaba que si el Ministerio no había mandado a nadie a comprobar la veracidad de esas acusaciones era solo porque Granger, como ministra, sabía de primera mano que Harry no había caído presa de ningún embrujo mío.

   Así y todo, salir a la calle no era tan terrible como había creído que sería, pero supongo que era porque siempre iba acompañado de Harry. La gente ya no me lanzaba maleficios, ni me pegaba, ni me gritaba insultos. De hecho, ni siquiera decían nada por lo bajo.

    Por supuesto, podía saber lo que pensaban de mí usando la legeremancia, pero tras hacerlo un par de veces y ver la expresión horrorizada que se había formado en el rostro de Harry tras confesarle lo que había escuchado, resolví que no había motivos para tortutarnos ni a mí ni a él con las opiniones de personas que conocían una versión parcial de la historia y que estaban tan cegados por la ira que se negaban a escuchar otra. No es que los culpara, pero tampoco iba a cargar yo con la culpa de todo lo que habían hecho los mortífagos, como pretendían algunos que hiciera.

   Así pues, nuestras salidas se fueron haciendo más habituales y agradables con el tiempo, hasta que un día por fin tuve la valentía de decirle a Harry, aunque embargado por la timidez:

   —Siempre he querido entrar en Sortilegios Weasley con un poco de calma. Quiero decir, entré aquella vez para comprar el polvo peruano de oscuridad instantánea, pero...

   Harry me miró sorprendido, como si no se pudiese creer que deseara visitar aquella tienda que hacía las delicias de cualquier adolescente, y que habría hecho las mías en mi época, de no haber estado inmerso en una ridícula ideología discriminatoria.

   —¡Iremos ahora mismo, entonces! —exclamó, y luego dijo sonriendo con emoción:— Qué bien, así podré saludar a George.

   Yo también sonreí, alegrándome de verlo tan contento. Le encantaba ver a los Weasley, y a mí no me desagradaba, porque las veces que había ocurrido no me habían mirado con simpatía, pero tampoco con animosidad. Ni siquiera Ron, quien la segunda vez que nos habíamos encontrado había insistido en estrecharme la mano, para sellar una especie de acuerdo de paz. Sus orejas se habían puesto muy coloradas, pero Harry me había explicado después que eso no era una mala señal, sino que seguramente solo delataba nerviosismo.

   Ya en la tienda, Harry y George se enfrascaron enseguida en una animada conversación de la que yo solo pude oír retazos, como que Granger estaba muy desaparecida últimamente debido a su trabajo como ministra, porque estaba demasiado fascinado por los coloridos artículos que se exponían en las estanterías de la tienda.

   Estaba tan ocupado examinando el turrón sangranarices que, según tenía entendido, seguía siendo todo un éxito, que no me di cuenta de que acababa de entrar en la tienda la mismísima Ginevra Weasley. Claro que ya se ocupó ella de hacérmelo saber en seguida.

   —Buenas tardes, Malfoy —me dijo con una voz ligeramente más grave de la que yo recordaba que tenía.

   Me volví sobresaltado en cuanto la escuché, y la miré con los ojos abiertos por la sorpresa. Ella era la única hermana Weasley con la que no había tenido contacto en los últimos tiempos y no tenía ni idea de qué esperar.

   —Hola, Weasley —respondí preocupado, pero me relajé bastante cuando ella formó una sonrisa que si bien era un poco tensa, también era amable.

   —No te preocupes, a estas alturas ya no te guardo ningún tipo de rencor. De hecho, incluso deseo que te vaya lo mejor posible en la vida —me aseguró, suspirando como si ella misma no pudiese creer que estuviera diciendo estas palabras. Sin embargo, parecía sincera—. Si no te importa, voy a saludar a Harry. Hace mucho que no lo veo —añadió, lanzándome una mirada significativa.

   Desde que la dejó por mí, de hecho, si no me equivocaba. Suspiré mientras la veía acercarse al amor de mi vida, que pareció sorprenderse tanto como yo al verla acercarse.

   Los artículos de broma perdieron todo su atractivo para mí. De pronto solo podía prestarle atención a Harry y a su exprometida, que hablaban animadamente y se reían como viejos amigos. Intenté no ponerme celoso.

   En las últimas semanas había tenido tiempo de reflexionar acerca de la pelirroja y de cómo se debía de haber sentido. Seguramente tan mal como lo haría yo si Harry de pronto me dejase por ella.

   Había aprendido a comprenderla, e incluso a compadecerla. Al fin y al cabo, nuestros sentimientos por Harry debían ser muy similares. Incluso nuestro pasado con él era parecido. Ambos habíamos crecido admirando fascinados la historia del niño que vivió, esperando ansiosos el momento en el que lo conoceríamos. Imagino que en los primeros años de Hogwarts también nos sentiríamos igual de rechazados y de invisibles para él.

   Harry se sonrojó ante un comentario de Ginevra y yo me mordí el labio con preocupación. Odiaba los triángulos amorosos, siempre los había odiado. Yo lo estaba pasando mal, ella lo había pasado peor, y seguramente Harry tampoco lo había disfrutado ni por un momento, ya que debía de echarse la culpa de nuestro sufrimiento. Además, seguro que también la echaba de menos a ella de una manera bastante desgarradora. Al fin y al cabo, había estado muy enamorado de ella.

   Decidí salir de la tienda y esperar fuera a Harry, sin ni siquiera pensar en que estaba solo en la calle por primera vez en mucho tiempo. Me daba igual. Quería darle su espacio, y necesitaba pensar un poco en soledad.

CaminosWhere stories live. Discover now