Empezar de cero

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(Erick)

Cuando llegué a casa, mi abuelo me dijo que esperase abajo mientras que él iba a buscar al chico nuevo.

La verdad es que me había olvidado de él durante todo el día. Solo quería llegar a casa y tumbarme en la cama para poder planear meticulosamente la manera en la que enamoraría a Leo.

Cuando lo vi bajar por las escaleras, no sabía si poner una cara de sorpresa, molestia o felicidad.

El chico de los ojos violetas estaba delante de mí, mirándome de arriba a abajo como si pensara que fuera una ilusión o un espejismo.

Sonreí. Parece que sería más fácil de lo que pensaba llevar a cabo mi venganza.

—Leo, éste es mi nieto Erick —dijo mi abuelo rompiendo la incómoda atmósfera que se había creado.

Después de mirarme molesto, suspiró y empezó a hablar.

—Sí, lo sé —dijo—. Ya nos conocemos.

—Es cierto —le contesté con una de mis sonrisas—. Pero no nos habían presentado formalmente.

Le tendí la mano y, aunque pareció dudar al principio, me la estrechó.

Una corriente de electricidad recorrió mis manos cuando me tocó con las suyas. Era un pequeño hormigueo que se extendía desde la punta de mis dedos al resto de mi cuerpo. Cuando me soltó, el hormigueo cesó y, por alguna razón me sentí vacío.

—Entonces si ya os conocéis será más fácil que os hagáis amigos, ¿verdad Leo? —preguntó mi abuelo al ver la cara de molestia del chico de ojos violetas—. Además, así Erick puede defenderte del que te intentó besar en el instituto —dijo maliciosamente.

¿Se lo había contado a mi abuelo? Leo se sonrojó y empezó a maldecir por lo bajo, cosa que me resultó tremendamente graciosa y por eso no pude evitar reírme.

—Bien, ahora tengo que irme a hablar con Kat sobre unos asuntos, os dejo solos para que habléis tranquilamente —dijo mi abuelo antes de irse.

Me giré hacia él e iba a decirle algo, cuando se dio la vuelta dispuesto a marcharse.

—¡Oye! —le grité— ¿Dónde vas?

Se detuvo cuando ya estaba por la mitad de las escaleras.

—A mi cuarto.

¿A su cuarto? Lleva tan solo unas horas en esta casa y ya se cree que es su hogar —pensé.

—Sabes que ésta no es tú casa ¿verdad? —le pregunté burlón—. Así que no te apropies tan rápido de las cosas que no te pertenecen.

Observó el suelo entrecerrando los ojos, suspiró, y me miró con una expresión dolida.

—Lo sé —contestó—. Siempre he sabido que ésta no sería mi casa así que, con tú permiso, me voy a la habitación que me habéis prestado hasta que tenga la edad suficiente como para salir de aquí —dijo sarcástico antes de seguir subiendo las escaleras y desaparecer en el segundo piso.

Colors of the Soul ©Where stories live. Discover now