Memorias

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(Leo)

Frío.

Silencio.

Oscuridad.

Cuando abrí los ojos, eso era todo lo que había.

Intenté acordarme de lo que había pasado, y el recuerdo de la persona que me hizo caer al río, y de como mis pulmones ardían por la falta de oxígeno, hizo que una punzada de dolor recorriese todo mi cuerpo.

Tenía frío; pero a la vez no. Me dolía todo el cuerpo; pero a los pocos segundos, el dolor se desvanecía. No se escuchaba nada; excepto unos inaudibles sollozos, y el pitido de una máquina a lo lejos.

¿Estaba muerto? ¿Ésto era el cielo? ¿El infierno? ¿Una especie de limbo?

Quería pensar tranquilamente las cosas, pero un fuerte dolor en mi cabeza me lo impedía.

Comencé a caminar lentamente por aquel pasillo sombrío. Quería salir de aquí, pero al mismo tiempo, no me importaba acurrucarme en un rincón y dormir de nuevo.

Tras varios pasos más, el lúgubre pasillo se iluminó un poco. Me acerqué cauteloso, para ver de qué se trataba, y me sorprendí al descubrir que las palpitantes luces provenían de una especie de espejo.

Lo toqué con la palma de mi mano, y éste se iluminó aún más.

Un niño, de unos diez años aproximadamente, se encontraba en el vestíbulo de una casa junto a sus padres.

—Papá, llévame a algún sitio, porfa —dijo el niño ensanchando sus pequeños ojos de color violeta.

En ese momento, me sorprendí aún más al comprobar que era uno de mis recuerdos, y que en realidad estaba situado junto al niño, como si yo realmente fuese el que hablara.

—Tu padre tiene una importante reunión mañana por la mañana, así que déjale descansar —contestó mi madre mientras abría la puerta para salir de casa—. Me voy al trabajo. Tenéis la cena en la nevera, así que ya lo sabes, cena y acuéstate pronto —después de eso, cerró la puerta.

—¿Por qué mamá es así? —contesté enfurruñado—. Hoy es mi cumpleaños. Solo he pedido ir a algún sitio contigo ya que ella tiene que trabajar.

Mi padre sonrió y me dio un beso en la frente.

—¿Que te parece si nos vamos a algún sitio sin que se entere tu madre? —preguntó—. El colegio al que fui de pequeño organiza una competición escolar de natación. Podemos pasarnos por allí, y a la vuelta, te compro una enorme tarrina de helado de chocolate para comerla los dos juntos.

Asentí de inmediato, y sin más, nos fuimos directos al coche.

Una vez que llegamos a aquellas piscinas, al entrar en los pabellones, observé como un niño de mi edad, de cabello rubio y piel ligeramente bronceada, parecía que iba a ponerse a llorar en cualquier momento. Me fijé en que llevaba puesto un bañador, por lo que supuse que estaría nervioso porque iba a competir.

Colors of the Soul ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant