La unión de dos almas

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(Leo)



Llevaba una hora sentado en la estúpida cama, del estúpido hotel, esperando por el estúpido rubio.

Después de mi charla con Peter y Mickel, había decido volver a la habitación pensando que Erick estaría aquí.

Tenía los nervios a flor de piel. Por una parte quería hacer "eso" con el estúpido rubio, pero por otra parte aún estaba algo inseguro.

Cuando pensé que tendría que esperar otra hora más, Erick entró por la puerta, y tras verme sentado en el borde de la cama, apartó la vista y se acercó al armario donde guardaba su ropa.

—Yo... no tengo hambre —anunció—. Vete tú a cenar. Prefiero acostarme ya, estoy cansado.


Y tan pronto como lo dijo, se metió en la cama y se tapó hasta arriba con las sábanas.

Al ver que no pensaba volver a levantarse, mientras que yo había estado todo el día nervioso pensando que haríamos algo esta noche, enfurecí. Molesto, cogí la almohada de mi cama, y mientras el estúpido rubio seguía tumbado en la suya, comencé a arrearle con ella en la cabeza y en cualquier parte de su estúpido cuerpo.


—¡Leo! —se quejó— ¿Qué demonios haces?


Enarqué una ceja, y lo fulminé con la mirada antes de hablar.


—¿Cómo puedes ser tan idiota y no enterarte de lo que pasa?


Erick se quedó varios segundos dubitativo y, cuando por fin reaccionó, desvió de nuevo la mirada.


—Creo... que me ha entrado el hambre de repente —y, acto seguido, se irguió y se dirigió hacia la puerta.


Cogí de nuevo mi almohada, molesto por su reacción, y se la lancé con todas mis fuerzas. Cogí la suya, e hice lo mismo. Erick volvió aprestarme atención, después de intentar esquivar sin éxito las dos almohadas, y cuando miró hacia mí, cogí su móvil de encima de la mesilla de noche, y se lo lancé apuntando a su cabeza.


—¡Maldita sea, Leo! —exclamó Erick recogiendo el móvil y guardándolo rápidamente en su maleta.


Me acerqué furioso a él y, tras coger por tercera vez en esa noche la almohada, empecé a darle golpes de nuevo.


—¡¿Por qué demonios intentas cambiar de tema?! —pregunté entre gritos.


Erick me arrebató la almohada sin que lo viese venir, y me hizo sentar a regañadientes en el borde de la cama, aunque antes de eso conseguí darle un puñetazo en el brazo.


—¿Vas a parar? —preguntó frotándose el brazo.


—¿Por qué antes te fuiste de la habitación? —contraataqué con otra pregunta—. ¿A caso... no tenías pensado que, en este viaje, hiciésemos "eso"? —pregunté una vez más.


El rubio, al darse por fin cuenta de lo que hablaba, dejó escapar un suspiro y se sentó a mi lado.

Colors of the Soul ©Where stories live. Discover now