Familia

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(Leo)

Las cinco y cuarto de la mañana.

Había pasado toda la noche mirando el reloj, y parecía que el tiempo no corría en absoluto.

Desde que había leído la carta, me era imposible dormir.

No entendía nada. ¿Por qué tenía que aparecer después de tantos años? ¿Por qué ahora y no cuando la necesité?

La odiaba. Odiaba pensar en ella y todo lo que sufrí por su culpa.

Volví a mirar el reloj, y harto de no conseguir dormirme, me levanté de la cama.

Encendí la luz, me senté frente al escritorio, y encendí mi portátil. La única manera que tenía para aislarme de todo, era escribir.

—me dije a mí mismo—. Escribiré lo que pueda de la novela en la que estoy trabajando actualmente, y así dejaré de pensar en todas esas cosas.

Pero antes de escribir tan si quiera una sola palabra, alguien dio dos suaves golpes a la puerta.

Arqueé una ceja confundido. Eran casi las cinco y media de la mañana. ¿Quién estaba todavía despierto a esas horas?

Bueno, yo lo estaba, pero era por culpa de una duda existencial.

—¿Adelante? —dije no muy convencido.

La puerta se abrió, y el estúpido rubio entró en la habitación tras cerrarla de nuevo.

—¿Qué haces despierto a estas horas? —le pregunté mientras me levantaba de la silla y cerraba el portátil.

Erick se pasó la mano por detrás de la nuca y apoyó su espalda contra la puerta.

—Bueno... —comenzó a hablar—. No hablaste nada durante la cena, y desde que llegó esa carta estás raro. Y no podía dormir... si te veía así —se acercó a mí y me rodeó con sus brazos—. Sabes que puedes contarme todo, ¿verdad?

Le devolví el abrazo, y oculté mi rostro sonrojado en su pecho.

Había hecho que Erick también se preocupase, por lo que al fin y al cabo eran bobadas. Bobadas que tenía que enfrentar yo solo de una vez por todas.

Suspiré hondo y Erick me apretó aún más fuerte.

—La carta... —tragué saliva—. Es de mi madre. En ella pone que quiere hablar conmigo de todo lo ocurrido en estos años, y me suplica que vaya mañana... bueno, esta tarde a hablar con ella.

El estúpido rubio se separó un poco de mí y me miró con una mueca extraña.

—¿Vas a hablar con esa mujer? —carraspeó la voz—. Peter y Sarah me contaron lo que te hizo... y no quiero que vuelva a hacerte daño.

Colors of the Soul ©Where stories live. Discover now