Culpa

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(Erick)

Cuando el Sol se ocultó del todo, y anocheció por completo, decidí que ya era hora de levantarme de la cama e ir al hospital.

Mi cuerpo se sentía pesado. Llevaba varios días sin dormir más de tres horas, y alimentándome básicamente de café y bocadillos de la cafetería del hospital.

Leo no me recordaba. No recordaba quién era, ni a ninguno de sus amigos.

Cuando despertó y le agarré de la mano, después de estar dos semanas en coma, sentí cómo una pequeña llama se encendía en mi interior. Pero cuando dijo que no recordaba nada, la llama se apagó.

Andrew Waters, el médico que le había atendido todo este tiempo, dijo que posiblemente se tratase de una pequeña amnesia, debido al golpe que se dio en la cabeza cuando estaba en el río.

Mi cuerpo se estremeció al recordarlo.

La última vez que lo había visto sano y salvo, fue desde aquella ventana del hotel, cuando estaba con Elenna.

En cuanto observé su rostro lleno de dolor, mis pies se movieron solos y corrí hacia él sin importarme nada más.

Cuando llegué al lugar donde debería de haber estado, solo me encontré con Sarah y los demás mientras que Elenna les intentaba decir algo.

La pelirroja no quiso escucharla, así que después de unas cuantas voces, la rubia se fue sin decir nada; no sin antes lanzarme una extraña mirada.

Sin prestarle la más mínima atención, me situé junto a los demás; a pesar de las miradas cargadas de odio con las que los hermanos Ross me observaban. En ese momento, les conté todo. Desde el instante en el que Leo me había rechazado en la azotea, y había ideado ese estúpido plan, hasta la conversación que habíamos tenido momentos antes en el jacuzzi.

Cuando acabé de relatar toda la historia, Mickel y Arthur hablaron a mi favor. Incluso Jackson y Sophie reconocieron, que a pesar de que en un principio había querido ser cruel, ahora se notaba que estaba perdidamente enamorado de Leo.

Al final, Peter y Sarah acabaron por creerme, pero la pelirroja dijo que no se disculparía por el puñetazo porque al fin y al cabo me lo merecía.

En ese momento, un atisbo de esperanza recorrió mi cuerpo. Si ellos sabían que era verdad todo lo que sentía, solo tenía que decírselo a Leo y conseguir que él también me creyera.

Aunque sabía que era el culpable de su dolor en estos momentos, no pensaba perderle. Le contaría todo desde el principio, y si tenía que ridiculizarme o hacer cualquier cosa para conseguir su perdón, lo haría sin dudarlo.

Después de aclarar todo, decidimos buscar a Leo por los alrededores y por dentro del hotel; pero por más que buscábamos, él no aparecía.

Habían pasado más de tres horas y seguía perdido, así que decidimos ir a contárselo a algún profesor.

Cuando estábamos a punto de ir a decírselo, oímos las sirenas de una ambulancia a las puertas del hotel.

Un extraño sentimiento de inquietud se alojó en mi pecho y mi cuerpo se estremeció. Sin decir nada, salí corriendo junto a los demás hacia la entrada del hotel.

Cuando llegamos, escuché cómo uno de los médicos le decía a nuestros profesores, que alguien había llamado a la central de emergencias diciendo que había encontrado el cuerpo de una persona en el río, y que posiblemente fuese alguno de sus alumnos.

Colors of the Soul ©Where stories live. Discover now