Capítulo 3

4.2K 307 36
                                    

Esa misma tarde, cuando yo llegué al Roller, Luna ya estaba en la pista patinando. Simón era el chico que la acompañaba en ese momento, así que en lo que terminaba su turno de patinaje yo fui a los lockers para prepararme antes del entrenamiento.

No tenía muchas ganas de patinar realmente; me había quedado con las ganas de ir con Luna al parque. Pero la comprendía, ella estaba cien por ciento dedicada al patinaje, y yo no podía culparla por ser tan apasionada y dedicada. Además, con lo despistada que era, patinar probablemente era lo único que podía tener su atención entera.

Pero en fin, un día de picnic no le venía mal a nadie.

Estaba sentado colocándome mis patines, cuando comencé pasos presurosos acercándose hacia donde yo estaba. Me pareció raro, porque todos los chicos estaban entrenando en la pista, a excepción de Nico y Pedro que se encontraban atendiendo a los clientes del Roller.

Cuando alcé mi vista, la persona que menos habría imaginado apareció frente a mí. Ella al verme se detuvo abruptamente y me miró asustada.

—¿Qué hacés acá? —preguntó sorprendida.

—Yo debería preguntarte lo mismo —dije recordando lo que había oído en la escuela.

—¿Por qué lo decís?

Claro, olvidaba que Ámbar no sabía que yo había escuchado su conversación. Pero ella me conocía, y sabía que muchas veces la curiosidad me ganaba.

—Por nada —dije restándole importacia—. Sólo que hoy... te vi rara en la escuela y no creí que fueras a venir.

—No sabía que me prestabas atención.

—Lo hago —afirmé con una convicción que hasta a mí me sorprendió.

Ella me miró con sus ojos azulísimos. Sólo por un momento yo pude notar lo cansada que se veía su mirada, y de no ser por el maquillaje que alcancé a notar, probablemente sus ojeras resaltarían mas que cualquier otra cosa.

Ámbar al notar la forma tan detallada en la que yo la miraba, empezó a caminar a su casillero. Lo abrió, y mirándome de reojo, volvió a hablarme.

—No iba a venir —su voz sonó tan suave, que parecía que estaba contándome un secreto.

Siguió revisando entre sus cosas y de ahí sacó sus patines. No sabía si se había quedado esperando una respuesta de parte mía, pero yo, por educación decidí continuar hablando.

—¿Por qué? —pregunté interesado.

Y aunque ya sabía que estaba castigada, a mí me provocaba una extraña emoción el hecho de que ella estuviera contándome algo de nuevo; que pareciera que aún confiaba en mí lo suficiente para decirme una de sus "travesuras", como solíamos llamarlas antes.

Mucho antes...

Ella se sentó a mi lado luego de pensarlo mucho, y comenzó a colocarse sus patines.

—Mi madrina me castigó —dijo sencilla.

—¿Y ahora qué no hiciste? —pregunté riendo, olvidando por un momento que hasta hace un tiempo yo sentía despreciarla, y ella a mí.

—Pues... —comenzó dubitativa—. Sólo fue un problema.

Y luego se paró. Ella me miró y antes de salir me sonrió con tristeza. Y su sonrisa me produjo una sensación de culpa y extrañeza.

Me apresuré para poder salir tras ella, porque de pronto me había parecido tal vulnerable que sentía que en algún momento se iba a romper. Quería sostenerla.

Pero para el momento en que llegué hasta donde ella estaba, Ámbar ya se encontraba patinando con ese porte elegante y firme que la caracterizaba tanto. Hacía cada paso con precisión, y de manera tan perfecta que incluso lucía como... una reina.

Bueno, aunque en realidad, ella siempre había sido una.

Nuestro reino no ha caído || MambarWhere stories live. Discover now