Capítulo 22

3K 249 151
                                    

—¡Mírame cuando te hablo! —la voz de Luna me sacó de mis pensamientos.

—¿Qué pasa? —le pregunté, calmado y confundido.

—¿Qué pasa contigo, Matteo? Llevo horas intentando ganar tu atención y sólo te pierdes en tu propio mundo.

—Por favor, si vos hacés lo mismo todo el tiempo —repliqué.

—Pero es diferente, porque lo de nosotros es un tema serio que requiere de la atención de ambos.

—¿Qué querés?

—Que me expliques qué te pasa; llevamos muchos meses de relación, y este último tiempo has estado distante, tosco y frío conmigo. Sé que me equivoqué, pero no puedes estar enojado toda la vida por un retraso mío.

—¡Te olvidaste de mí! ¡Y te fuiste con Simón!

—¡Y ya te pedí perdón por eso!

Cerré mis ojos, intentando regular mi respiración; no quería armar un escándalo enmedio de todo el Roller, así que sólo hasta que me sentí tranquilo volví a hablar.

—Ya ni siquiera me molesta eso —confesé; eso ya no tenía nada que ver.

—¿Y entonces?

—¿Entonces qué?

—¿Qué es lo que te molesta tanto? Porque no creo que te portes así conmigo de la nada. Debe haber una razón, y quiero que me la digas.

La miré, y al ver sus ojos yo... no sentí nada. No sentí la chispa de antes, ni el deseo de besarla para evitar que siguiera hablando.
Simplemente se había esfumado, pero sabía qué era lo que aún me seguía molestando.

—Vos.

—¿Disculpa? —sonó ofendida.

—Eso, Luna. No es nada que hayas hecho, sos simplemente vos; tu actitud, tu forma irrealista de ver la vida; me molestan. También lo despistada que sos.

—Pensé que era cosas que te gustaban de mí.

—¿Qué? ¡No! Son cosas que yo acepté de vos, acepté que fueras distraída, y que vivieras más en la luna que conmigo, porque yo te amaba, ¿entendés? Nunca me gustaron, y nunca te lo dije, porque yo sabía que debía vivir con tu forma de ser ya que nunca ibas a cambiar, pero eso no importaba porque si te acepté con los muchos defectos que tenías fue por amor. Yo nunca pedí que renunciaras a algo por mí.

Todo lo que decía eran cosas que nunca me había atrevido a decirle, pero que ya no quería seguir manteniendo en silencio. No más.

—¡Yo tampoco! ¡Lo único que he hecho ha sido motivarte a alcanzar tus sueños!

—Pero para eso he tenido que cambiar todo en mi vida, mi actitud y mi personalidad.

—Para que fueras mejor persona —señaló.

—¿Y quién te dijo que yo quería ser una mejor persona? Yo sólo quería ser feliz con vos —se quedó en silencio—. Yo te acepté como eras, ¿por qué vos no pudiste quererme como el chico egocéntrico que era.

—A nadie le gustan a los chicos así.

Silencio.

Ella misma se notaba arrepentida por lo que había dicho, y yo había sentido el peso de las palabras enterradas en mi pecho.

¿Era verdad lo que decía?

—No —dije recordando algo importante—. Ámbar me quería justo como era antes.

Ella soltó una risa llena de sarcasmo.

—Ámbar te quería por ser rico; su relación siempre fue a base de estereotipos. ¡Nunca se quisieron!

—¡Cállate! —le grité sin importar que la gente me escuchara—. ¡No te atrevas a hablar así de nuestra relación cuando no tenés ni puta idea de cómo era!

No solía hablarle así a nadie; no me gustaba ser vulgar, pero cuando el coraje me ganaba, mi lengua y mi boca parecían moverse por sí solas.

—Lo siento —dijo intimidada.

—Escuchame —le dije con seriedad—. No terminés matando el cariño que aún siento por vos.

—Escucha tú, Matteo. ¡Yo te amo! No sé de dónde sacas ideas tan equivocadas, si estoy aquí soportando que quieras humillarme es porque me enamoré de ti.

Y fue cuando me di cuenta de eso; cuando ella me dijo lo último, lo supe.

—No quieras tomar el papel de víctima.

—¡No lo hago! Sólo estoy intentando salvar nuestra relación.

—Es que ese es punto; nuestra relación ya no tiene salvación.

—Matteo, no digas eso —acercó su mano a mi rostro, pero la detuve.

—Luna —casi susurré—. Yo ya no te amo.

Vi sus ojos cristalizarse, y por un instante casi me conmovían. Era curioso que antes yo mismo me habría ofrecido para secar sus lágrimas, pero ahora... no sentía nada.

—No puedes dejarme —casi suplicó.

—Oh, hermosa, claro que puedo —quería reír por las abrumadoras emociones que estaba sintiendo—. Es lo que estoy haciendo. Espero que algún día vos me perdonés a mí y puedas comprenderme.

—¿¡Vas a arruinar nuestro noviazgo por Ámbar!?

—No —respondí—. Vos ya lo hiciste hace unos días atrás.

Me levanté de mi asiento, y casi corriendo salí del Jam&Roller. No me preocupaba su llanto, Simón ya se ocuparía de calmarla; ahora sólo quería disfrutar de la sensación tan liberadora que me estaba envolviendo.

Nuestro reino no ha caído || MambarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora