Capítulo 5

3.8K 280 43
                                    

[Maratón 2/?]

Me quedé plantado en el piso; no podía irme aunque quisiera. Mis pies no respondían.

Veía a Ámbar con su semblante triste y me provocaba una sensación de sufrimiento, muchas veces había compartido lágrimas con ella. Y saber que ahora alguien más estaba en el que algún día había sido mi puesto me hacía sentir... impotente.

¿Recuerdan que yo soy un fiel amante de escuchar conversaciones ajenas? Pues adivinen quién se acercó a oír lo que Simón y Ámbar platicaban... exacto.

Este nene.

—No deberías estar así —dijo él con voz suave—. Te ves más bonita sonriente.

"Ella se ve bonita siempre, idiota" fue lo que pensé.

A pesar de haber hecho las pases con él, en ese momento Simón comenzaba a desagradarme de nuevo y no sabía por qué. Vi, de entre los arbustos en los que estaba escondido, cómo el chico tomaba la blanca mano de mi... ex.

Aquello me produjo un ardor en la garganta.

—Tengo agruras —murmuré buscando una razón lógica para lo que estaba sintiendo.

—Gracias, Simón —agradeció ella con una débil sonrisa.

—Escucha, Ámbar. Yo no sé qué te esté pasando, pero no me gusta verte así; sé que no somos tan cercanos, y que probablemente no confíes en mí para decirme qué te ocurre justo ahora. Pero quiero que sepas que puedes contar conmigo cuando me necesites. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —se notaba más animada.

"No, no, no. Sólo yo puedo hacerla sentir feliz, sé animarla mejor que tú."

—Cállate, subconsciente —regañé en susurros.

—¿Oíste algo?

—Sí, creo que viene de los arbustos.

"De.mo.nios."

Me quedé petrificado sin poder hacer nada, probablemente quedaría en ridículo, pero no podía moverme.

Cuando sentí que uno de ellos se acercaba a mo escondite sólo pude recitar todas las oraciones a Dios que me sabía, rogándole para no ser descubierto y no tener que pasar por una situación tan vergonzosa.

Un celular empezó a sonar de repente, al parecer mis plegarias habían sido escuchadas. Creo que seguiría rezando más seguido a partir de ese momento. Gracias Dios.

—¿Sí? —...—. Está bien, ya voy para allá —...—. Como sea, nos vemos en la mansión, madrina. Adiós.

—¿Te acompaño? —se ofreció.

—Creí que debías volver al Roller —contestó dudosa.

—Nico y Pedro pueden cubrirme unos minutos más, tranquila.

—De acuerdo —vi cómo sonrió con ánimos—. No quería molestarte.

—¿Como puedes pensar que me molesta? —rió—. Es un placer, mujer bonita.

Ella también rió y luego ambos partieron a la mansión.

Yo pude volver a respirar cuando sentí que ambos estuvieron lo suficientemente lejos de mí. Salí de mi  escondite y aún pude divisarlos a ambos, caminando juntos; justo como caminábamos ella y yo hace un par de años.

Nuestro reino no ha caído || MambarWhere stories live. Discover now