Capítulo 9

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—Tengo que llamar a un doctor —dije intentando ponerme de pie.

Las manos de ella se aferraron con fuerza en mi brazo.

—N-no —dijo e inhaló aire con fuerza.

—Ámbar, ¡te puedes morir!

—S-sólo —volvió a respirar con fuerza—. P-prende e-e-el v-ven —vi hacia donde su mano apuntaba.

Ella quería que yo encendiera el ventilador para que le llegase un poco de aire; yo lo hice al instante, como un rayo.

—¿Qué más debo hacer? —le pregunté con firmeza.

—A-agua —balbuceó—. D-dam-me ag-gua.

Como una bala, salí corriendo de su cuarto a la cocina; casi tropecé en las escaleras pero me repuse al instante. No había tiempo que perder.

Entré a la cocina con las manos temblándome por la adrenalina y de la alacena tomé un vaso en el cual serviría agua.

Una risa acercándose perforó mis oídos. Era la de Luna; quise determe para darme el placer de ver su expresión al encontrarme ahí, en el lugar donde me había citado, llegando con alguien más tan tarde.

Pero Ámbar estaba muriendo en su cuarto, y eso era más importante para mí.

Llené el vaso con agua hasta el tope, sin pensar en las probabilidades que habían de que todo su contenido se regara al regresar, y cuando iba a salir de la cocina, la voz de Luna me llamó.

—Matteo —dijo con sorpresa.

Giré a verla y su rostro notaba sorpresa y arrepentimiento a la vez. Había olvidado que yo llegaría a su casa; se había olvidado de mí esa tarde. Y me sentí ofendido.

—Buenas noches —saludé y salí de la cocina.

Como Ámbar me había dicho, ella había ido con Simón. Él sólo nos veía a ambos con duda, no podía culparlo, él no sabía.

—Oye, Matteo, espérate. ¿A dónde vas? —la voz de ella me siguió.

—Estoy ocupado, andate con Simón —no la miré y no planeaba hacerlo, así que sólo subí las escaleras a toda velocidad para ir ayudar a Ámbar.

Cuando entré ella estaba con su cabeza gacha, tratando de relajarse. Me acerqué de nuevo, posicionándome a su lado y dándole el vaso con agua que ahora sólo daba a la mitad.

Lo bebió a un ritmo normal, y cuando acabó lo dejó en su mesita de noche. Volvió a agachar su cabeza y yo acaricié su espalda, esperando que se repusiera por completo.

—Gracias —me susurró al cabo de unos minutos—. En serio, no sé qué habría hecho si vos no estuvieras aquí.

—Vení acá —y la abracé—. Me asustaste mucho.

—Lo siento —dijo apenada.

—Descuida —le resté importancia—. ¿Qué ocurrió? Pensé que era un ataque al corazón, que ibas a morir.

Ella suspiró pesadamente y negó con su cabeza.

—Fue un ataque de ansiedad —aclaró—. Comencé a sufrirlos desde hace un tiempo, y comencé un tratamiento que me ayudó; no tenía uno así de fuerte hace una larga temporada. Cuando pasa se me acalambra la parte izquierda de mi cintura para arriba y mi garganta se cierra, el nerviosismo hace que no pueda respirar.

—¿Por qué no me lo habías dicho?

Supe por su mirada llena de sarcasmo que deseaba soltar un comentario duro y cruel capaz de herirme. Pero luego sus ojos se relajaron, y a cambio sólo dijo:

—Nunca preguntaste.

—Lo siento, yo--

—Da igyal —me cortó—. ¿Por qué estás aquí, ayudándome? ¿Lunita no ha llegado?

—Acabo de verla —dije—. Pero si te soy sincero, prefiero estar aquí.

Ella pareció sorprenderse con mi respuesta.

—Qué caja de sorpresas sos, Matteo Balsano.

—Igual que vos, Ámbar Smith —dije recordando que, asombrosamente, esa tarde ella no me había mentido.

Nuestro reino no ha caído || MambarWhere stories live. Discover now