Capítulo 27

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Antepenúltimo capítulo

Había mucho movimiento dentro del hospital ese día. Muchas enfermeras iban y venían de un lado para otro, atendiendo diversos asuntos y cuidando a los pacientes.

Tenía miedo, porque sentía que estaba viviendo dentro de una horrible pesadilla. Me pellizqué un brazo, esperando que el dolor me devolviera a la realidad, pero no pasó nada. Yo seguí parado en la entrada de aquél lugar, como prueba de que todo era muy real, demasiado real.

—Disculpe —hablé con una recepcionista enfermera—. Quisiera saber el número de habitación de la señorita Ámbar Smith.

—La señorita Smith no desea recibir más visitas, joven —me dijo ella con un tono que buscaba ser tranquilizante, pero a mí sólo me desesperó.

—Por favor —supliqué—. Yo necesito verla, necesito--

Despedirme.

No fui capaz de decirlo, por el peso que conllevaban esas palabras. Sin embargo, la enfermera pareció comprender lo que planeaba decir, pues con un gesto compadeciente asintió.

—Habitación 125, tercer piso —informó—. El elevador está un par de metros adelante.

—Muchas gracias —agradecí sujetando fuertemente sus manos.

Con pasos presurosos, subí al elevador para poder llegar al tercer piso. La ansiedad recorría mi cuerpo, y aún cuando estuve frente a la puerta del cuarto donde me eviaron, yo estaba deseando que alguien saliera de algún escondite con cámaras y un cartel de "CAÍSTE" o lo que sea que me indicara que todo aquello sólo era una broma de pésimo gusto.

Pero eso no pasó.

Cuando comencé a abrir la puerta, el sonido de mi corazón llegaba hasta mis oído, y el sudor comenzó a salirme frío. Era una sensación tan... irreal, y horrible.
No me sorprendió ver a la señora Sharon, sentada en un sofá leyendo un libro; lo que me sorprendió fue que en realidad ella al verme no intentara correrme.

Cuando nuestros rostros estuvieron cara a cara, ninguno dijo nada siquiera. Pero debo aceptar que aquella mujer se veía ahora 20 años más vieja. Tal vez el peso de la preocupación la había golpeado muy duro.

Tal como me habían dicho, en esa habitación estaba Ámbar, recostada con mil cables incrustados en su fina piel en aquella camilla. Dormía, y su aspecto era deporable; recordé la pesadilla que había tenido, y ella lucía igual de demacrada y delgada que en mi sueño.

—Matteo —susurró Sharon mientras se ponía de pie—. ¿Qué hacés aquí?

—Lo mismo que usted —respondí—. Vengo a hablar con ella.

—Bien —accedió—. Sólo... iré por un café, decile que la quiero, en caso de que--

Al parecer no era el único capaz de aceptar una frase tan pesada y grave como aquella.

Asentí, indicándole comprender a qué se refería, y ella me devolvió el gesto antes de salir.

Una vez solo en el cuarto, yo tomé el sofá donde la señora Benson había estado sentada antes, y lo acerqué hasta la orilla de la camilla para poder sujetar la mano de la chica que en ésta reposaba.

—Oh, Ámbar —murmuré escondiendo mi cabeza en el colchoncillo, sintiendo un nudo en mi garganta.

—Todavía sigo viva —su voz ronca me sobresaltó.

Al alzar mi cabeza, me topé con sus ojitos azules brillando aún a pesar de las circunstancias mirándome fijamente. Sabía que aquello debía estar costándole mucho.

Nuestro reino no ha caído || MambarWhere stories live. Discover now