Capítulo 26

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Aunque me costara, yo comprendía mucho lo que pasaba con Ámbar.

Sabía que por más cariño o amor que nos tuviéramos, los recuerdos siempre se quedaban marcados en sus cabezas como eternas cicatrices. Comprendía que no iba a ser nada fácil ganarme su confianza de nuevo; pero realmente me gustaba pensar que tenía posibilidades.

Sin embargo, las esperanzas fueron apagándose poco a poco hasta convertirse en la leve luz de una vela a punto de consumirse.

Yo había tomado su consejo y había decidido darle su espacio y distanciarme unos cuantos días, para poder aligerar el ambiente. Me bastaba simplemente con verla a la distancia, yendo con Jazmín y Delfi al Roller a tomarse un batido, porque ya no patinaba.

Nadie se atrevía a preguntarle porqué había dejado de hacerlo, aunque todos se preguntaban lo mismo.

Sin embargo, mientras los días transcurrían yo iba notando que ella lucía más apagada; había querido muchas veces acercarme a ella para preguntar si se sentía bien, si era feliz o si le ocurría algo -Dios sabe cuántas veces quise-, pero entonces recordaba que era ella la que me quería lejos. Así que permanecí en mi tarea de mirarla a la distancia.

Y esa había sido mi actividad hasta que un día ella ya no fue. Sólo eran Delfina y Jazmín.
Al día que le siguió, tampoco asistió, y al que le siguió, menos.

Al transcurso de seis días, me decidí por fin acercarme a sus amigas para preguntar por ella. Al verme, pude notar en los ojos de ambas chicas la compasión y la tristeza que reflejaban.

—Hola —las saludé, incómodo por la manera en que me observaban.

—Hola, Matteo.

—¿Y Ámbar? —pregunté directo y sin rodeos.

La pelinegra miró a la otra, como buscando en ella la respuesta. Jazmín sólo se encogió de hombros nerviosa.

—¿Te querés sentar? —preguntó Delfi.

Y aunque realmente no quería, terminé accediendo.

—Escucha, yo no voy a mentirte —respondió—. Ámbar sabe que yo siempre he hecho todo lo que me ha pedido, pero no seré cruel. No mereces que te mienta.

—¿De qué hablás, Delfina?

—Ella... siempre dijo que no debíamos decirte nada, no quería preocuparte. Pero ahora, creo que vos merecés respuestas, y ambos merecen una buena despedida.

—¿Despedida? —pregunté confundido sin entender nada.

¿Ella de qué mierda estaba hablando?
Mi incertidumbre pareció darle fuerzas para seguir hablando, y aún así yo noté que algo se había quebrado.

—Matteo, Ámbar está internada en el hospital.

—¿Disculpa? ¿Hospital? ¡Por qué no me habían dicho! —bramé—. Voy a verla.

—No —ella sujetó la manga de mi camisa antes que yo pudiera levantarme por completo—. Si vas a ir a verla, primero tenés que saberlo todo.

—No necesito saber más para saber que ella requiere de mi ayuda.

—¡Es que no lo entendés! Vos ya no podés ayudarla de ninguna manera.

—¿Por qué lo decís? —pregunté con brusquedad.

Ya nada de aquello me sabía bien y la familiar sensación de desesperación inundó mi organismo completo.

—Ámbar está enferma —dijo—. Tiene un tumor en el corazón.

Supe entonces que había hecho bien en tomar una silla, porque mi cuerpo perdió todas las fuerzas con esa noticia.

—¿Qué?

—Eso, Matteo; los doctores que su madrina pagaba eran los mejores del mundo, y por ello es que habían logrado aplazar su tiempo. Sharon nunca le dijo a Ámbar lo que le pasaba porque deseaba que su ahijada viviera tranquila. Pero cuando Ámbar descubrió todo se puso terrible. Lleva meses viviendo con ese tumor y hasta hace un par al menos es plenamente consciente de lo que le pasa. Por eso dejó de patinar, y por lo mismo ya no quiere comer, de modo que su cuerpo perdió tantas fuerzas y peso.

—Pero ella puede recuperarse, ¿verdad? —pregunté nervioso, sin darme cuenta de lo grave que aquello era—. Una operación y--

—Sharon propuso lo mismo, pero el tumor no puede ser arrancado porque la operación tiene un 95% de probabilidad de ser un fracaso. Por eso sólo dejó que se prolongaran los días de Ámbar.

—Ya, Delfina. No juegues así conmigo —pedí riendo con mucho nerviosismo—. Si alguien está molestándola yo puedo patearle el trasero, pero no tienes que inventar una historia así.

—Oh, Matteo, créeme que me gustaría estar inventándome esto. Pero no, es verdad, Ámbar está internada desde hace 5 días, y prácticamente sólo está esperando el momento de irse.

No, eso no era cierto, no podía ser cierto.

—Si es así, ¿por qué están ustedes aquí? —pregunté a la defensiva, incapaz de tragarme aquello.

Entonces mis fuerzas se doblegaron cuando Jazmin empezó a llorar sin control; Delfi y yo la miramos.

—No puedo —dijo—. No puedo más.

—Nos despedimos de ella ayer —murmuró bajito la de cabello negro; luego también empezó a llorar—. Dijo que ya no quería que la viéramos así, deseaba que la última imagen suya que tuviéramos fuese el de una reina que seguía sobreviviendo, y no la de una chica que estaba dándose por vencida.

—Tenés que ir hoy a verla —dijo Jazmín entre sollozos—. Porque no creo que puedas hacerlo mañana.

—Ámbar se va a morir; dale un bonito último recuerdo.

Luego de que me dijeran el nombre del hospital donde estaba mi rubia, me despedí de ellas que seguían llorando. Y como si la vida mi hubiera dado fuerzas para no llorar frente a ellas, apenas estuve afuera del local yo le di rienda suelta a las lágrimas, llorando al tiempo que todas mis barreras se caían.

Nuestro reino no ha caído || MambarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora