Capítulo 25

2.3K 193 19
                                    

—No--

—¿¡No!? —pregunté alterado abriendo mis ojos a más no poder.

—¡No! —gritó ella y yo me asusté aún más—. Osea, me refiero a que ¡no es que no quiera! Porque, digo... ¡sí quiero! Pero... ¡no sé!

—¿Qué no sabés? —pregunté ahora con más calma, aunque sin olvidarme del susto que me había causado ni un segundo.

La vi suspirar y luego mirarme a los ojos con súplica y mucha tristeza. No sabía lo que ocurría, pero desde ese momento comencé a sospechar que algo no iba bien.

—Yo... vos y yo... —respiró con fuerza, y luego me sonrió—. Te quiero, Matteo.

Yo me quedé mudo, porque a pesar de la felicidad que me causaba el oírla decir aquello, aún seguía teniendo esa sensación de no poder encajar todas las piezas de un rompecabezas.

Ámbar, al ver que no le respondía nada, siguió hablando.

—Es todo lo que puedo decirte. Te quiero, te he querido desde siempre porque vos y yo solíamos ser especiales, y estos días me has demostrado que esa magia que nos mantenía unidos antes sigue estando ahí, intacta; y mi cariño es algo que vas a tener asegurado por siempre. Pero no sé si pueda estar con vos.

—¿Por qué no? —repliqué, sintiendo la capacidad de hablar volver a mi boca.

Ella me miró con preocupación, y luego comenzó a jugar con el anillo que llevaba en la mano izquierda, mostrando inquietud y nerviosismo.

—Porque... no sé si podría hacerte feliz.

—Pfff, tonterías, ¡siempre has sabido hacerme un hombre feliz!

—Pues para haber tenido que recurrir al amor de otra chica, creo que no te hice precisamente el más alegre del mundo.

Aquello volvió a dejarme mudo unos instantes más, pero antes de olvidarme de las fuerzas con las que contaba para formular palabras, seguí hablando.

—¡Tenés que dejarlo! —reproché aunque sabía que no tenía derecho—. Lo de Luna es algo que pasó ya, yo... me confundí con ella; había estado acostumbrado a ser feliz con vos que... cuando vi que desaparecías yo no pude... no podía pelear contigo, sentía que no podía.

—Pero pudiste haberte quedado conmigo —lloriqueó ella igual—. Yo te amaba.

—Di que me quieres —supliqué yo sosteniendo su rostro, sintiendo mis propias mejillas mojarse por lágrimas silenciosas que no era consciente de estar derramando.

—Te quiero —me repitió—. Pero no puedo hacerte feliz.

—No digas eso —le pedí.

—Es la verdad; te hice un hombre miserable, tuviste que ver el lado más oscuro de mí, comenzaste a sentir que tenías a un monstruo como novia y yo... te estresé, te hice daño con mi actitud, y te pido perdón Matteo. Y te he causado tanto daño desde antes que ahora con más razón aún voy a lastimarte.

—No lo harás —aseguré con total convicción, intentando hacer que ella misma lo creyere—. Estoy enamorado de ti, y la única forma en que me lastimarías, sería si me dijeras que no querés estar conmigo.

Ella también lloraba; no sabía en qué momento exacto ambos habíamos comenzado a llorar, todo por algo tan simple como una aceptación o un rechazo. Igual, si me rechazaba iba a morirme, pero todo aquello me mareaba de ansiedad, porque ella no deseaba rechazarme, pero tampoco deseaba estar conmigo.

—Estoy enamorada de ti —me susurró—. Y es por eso mismo quiero que seas muy feliz; pero te aseguro que no vas a serlo conmigo.

Una lágrima llena de desilusión e impotencia recorrió mi mejilla.

—Ámbar... —la llamé y quise volver a sujetar su rostro.

—No, por favor —pidió alejándose de mí—. No dejés que yo te mantenga atado a mí; antes, Matteo, te juro que habría dado lo que fuera para traerte de nuevo a mi lado, para que me amaras y para que fuéramos felices juntos. Ahora daría lo que fuera para que volvieras con Luna; no voy a obligarte a alejarte de mí si no querés, porque al fin de cuentas sé que volverías a buscarme, pero definitivamente te recomendaría hacerlo.

—Yo...

—Ahora sólo quiero que te vayas, por favor; espero que tomés en cuenta mi consejo, y que te alejés de mí. Eso nos hará las cosas más fáciles a vos y a mí, te lo aseguro —me sonrió con más tristeza que nunca; veía también en sus ojos sus deseos de aferrarse a mí—. Andate Matteo.

Incapaz de poder decir algo más, sólo me puse de pie, con mi rostro bañado en lágrimas, pero expresando un gesto de serenidad.

Claro que por dentro yo me estaba muriendo.

Caminé con pasos lentos hasta la puerta de su habitación para salir, esperando aún así que su voz me detuviera, que me dijera que sólo había jugado y que en realidad quería estar conmigo tanto como yo con ella. Pero sabía que no sería así, aquello era la cruda y triste realidad, por mucho que odiara admitirlo. Por eso me detuve por mi propia cuenta.

—Te amo, Ámbar —le dije antes de salir—. Y mi amor también es algo que tendrás asegurado por siempre.

Y sin más salí de su cuarto, para ponerme a llorar de nuevo con la certeza de que dentro, ella también había comenzado a hacerlo.

[☆]

preparen sus pañuelos, bellezas, mis días de bondad se terminaron.

Nuestro reino no ha caído || MambarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora