Capítulo 24

2.7K 204 63
                                    

De los días siguientes sólo puedo recordar la sensación de felicidad que me rodeaba siempre que Ámbar estaba cerca mío; recuerdo volver a sentirme libre y con vida; recuerdo haber sentido mi corazón saltar alegre cada vez que veía a esa pequeña rubia. Todo mi mundo comenzaba a rodear de nuevo alrededor de ella.

Yo me estaba volviendo a enamorar.

Mientras más tiempo pasábamos juntos, más la iba queriendo. Sentía que mis emociones se transformaban en un enorme huracán que pronto saldría botando de mi pecho; y pude volver a verla justo como era: una chica maravillosa, una reina.

Me llenaba de una descomunal dicha darme cuenta que todo parecía ser como años atrás. Nosotros volvíamos a compartir nuestros secretos, nuestros miedos, nuestros sueños; y volvíamos a ser los chicos de 13 que sólo querían cumplir sus metas, conseguir su libertad.

Volvíamos a querernos con la misma intensidad. Ella me demostraba quererme de la misma forma, aunque era demasiado orgullosa para admitirlo.

Claro que Ámbar no me contaba todo, habían cosas que me ocultaba, y aveces su comportamiento era demasiado extraño. Sin embargo, no quise prestarle demasiada atención a esos pequeños detalles, porque me dolía pensar que ella aún no confiaba en mí.

Hoy, sin embargo, quiero arriesgarme una vez más. Siempre me he caracterizado por ser impulsivo, así que espero que eso no me falle hoy. Creía que había pasado ya mucho tiempo desde mi promesa para poder confesarle que había descubierto mis sentimientos.

Quiero que sea mi novia.

[☆]

Estábamos patinando una vez más, como tantas veces habíamos hecho antes. Aunque Juliana no nos haya puesto como pareja de patín en la pista, al menos aún podíamos patinar juntos un rato por la acera.

Pero había algo en ella que la hacía patinar despacio, se había negado a hacer cualquier truco de patín conmigo, y como desde hace días no estaba yendo a entrenar, deduje que había algo más. Pero de nuevo no pregunté nada.

En realidad, preferí hacer lo mismo que ella, y patinamos con tranquilidad hasta la mansión.

Cuando entramos a su cuarto, lo primero que hizo fue acostarse en su cama, viendo al techo. Yo la imité y nos quedamos en esa posición que ya estábamos acostumbrados a tomar cuando conversábamos.

—Decime un color, con la letra F —pedí.

Fucsia —respondió—. Decime un color con la letra "B"

—Blanco —respondí yo—. Decime ahora, ¿por qué sos tan linda?

Ella giró su rostro hacia mí, y yo pude verla sonreírme.

—Mami y papi trabajaron duro en la fábrica de bebés.

Yo me reí escándaloso con su respuesta.

—Definitivamente sí, le echaron muchas ganas —le seguí. Ella también rió conmigo—. Me encanta tu risa.

—¿Te sentís bien? —preguntó riendo confundida—. Estás... no sé. Raro.

—Me siento bien —le respondí—. Vos me hacés bien.

—De acuerdo, cortala ya. ¿Qué pasa?

Sus ojos brillaban curiosos, se veían realmente lindos que por un momento su color me hipnotizó, debía perecer un estúpido sólo mirando su color.

—Pasa que... —¿podría decírselo? Claro que sí—, mi vida ha cambiado mucho el último año, vos y yo hemos pasado por tantas cosas que me parece una locura que ahora estemos aquí así, como en los viejos tiempos; pero hay algo que no ha vuelto a ser como antes, y es que... —respiré profundo, armándome de valor para atreverme a decirle, porque de repente las manos me habían comenzado a sudar—. Creo que extraño ser un rey.

»Y extraño que tú seas mi reina.

Cuando lo dije, pude volver a respirar tranquilo. O bueno, casi tranquilo. Porque después de mis palabras, sólo hubo un silencio tremendo que me hizo sentir de nuevo un poco de desesperación.

—¿Decís que querés que volvamos a patinar en la pista? —preguntó con cierta incomodidad y preocupación.

Yo no comprendía su reacción.

—No —me atreví a seguir—. Me refiero a que quiero estar con vos, como hace un par de años; quiero que vos estés conmigo; quiero que estemos juntos. Pero no como mejores amigos, sino como novios.

Ella abrió sus bonitos ojos con sorpresa, y luego volvió a enmudecer. Eso terminó por volverme una maraña de preocupación, culpa, miedo y desesperación.

—¿Vos... vos no querés? —pregunté bajito.

Ella sólo me miró.

Nuestro reino no ha caído || MambarWhere stories live. Discover now