Introducción

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Abrió sus ojos con dificultad. Los párpados le pesaban. Parpadeó varias veces para mirar a su alrededor. Se encontraba tendida en la cama de un hospital. Poco a poco, la nebulosa de su mente adormecida comenzó a despejarse haciendo que recordase, en un segundo, lo sucedido ese día. Una fuerte puntada en su abdomen le confirmó lo que ya sabía y con los ojos anegados en lágrimas, apoyó ambas manos temblorosas sobre su vientre.

Se sentía débil. Se sentía vacía. Lo acarició con suavidad como si aún hubiese una vida creciendo en su interior. Pero no. Ya no quedaba nada. Una vez más, le había sido arrebatado el amor de forma prematura. Se había apagado la ilusión de un futuro mejor. Había muerto su última esperanza.

Apenas dos años atrás, su vida era maravillosa, idílica, llena de sueños y de un futuro prometedor. Pero todo eso desapareció aquella terrible noche en la que la tragedia llamó a su puerta. A partir de ese momento, todo se volvió incierto, atemorizante. La vida siguió su curso, pero nada era igual porque ya no podría compartirla con él.

Su felicidad se transformó en dolor y cada uno de sus sueños se derrumbó junto con su irremediable pérdida. Con solo veinte años de edad había experimentado cosas que jamás hubiese siquiera imaginado y desde entonces, ya no se permitió volver a sentir. Levantó una barrera a su alrededor para que nada la conmoviera y se volvió fría, imperturbable.

Unas voces llamaron su atención y dirigió la mirada hacia afuera. A través del cristal de la habitación, podía ver a su marido conversando con el doctor que la había atendido. No podía escuchar lo que decían, pero tampoco le importaba. Después de todo, su bebé ya no estaba.

Con ese pensamiento, alcanzó a sentir cómo ese bloque de hielo que había creado tiempo atrás para protegerse, volvía a cubrir su corazón anestesiando así todo su dolor. Otra vez se encontraba sola, atada a alguien que no amaba ni podría jamás amar. Atrapada en una vida que en algún momento quiso, pero con alguien más. ¿Cómo podía seguir adelante después de todo lo que había pasado? ¿Cómo hacerlo si ya no tenía a nadie por quién luchar?

Justo en ese momento, los vio. Una pareja con un pequeño de no más de siete u ocho años, quien suponía sería su hijo, caminaba por el pasillo. Los tres lucían radiantes sonrisas en sus rostros y era tal la felicidad que irradiaban que no pudo evitar ser alcanzada por la misma y sentir su calidez. Fue entonces cuando el nene giró su cabeza y clavó sus ojos oscuros en los de ella. Esa mirada, seria y tierna a la vez, le transmitió, en pocos segundos, la paz y serenidad que tanto necesitaba.

De algún modo que no pudo comprender, ese pequeño había logrado atravesar sus barreras conmoviéndola como nadie antes. Permanecieron unos segundos mirándose uno al otro hasta que, sin más, él alzó su mano para saludarla a la vez que, con la más pura inocencia, le regaló una hermosa y sincera sonrisa. Sin darse cuenta se encontró a sí misma devolviéndosela y solo por un instante, se olvidó de todos sus problemas.

Por un momento, desvió la mirada hacia la puerta que acababa de abrirse dando paso a su marido que se acercaba, preocupado, y para cuando volvió a mirar hacia la ventana, el nene ya no estaba. De pronto, todo el peso de la soledad volvió a caer sobre ella, aplastándola, ahogándola. No deseaba hablar con él. No quería enfrentar la realidad. Al menos, no todavía. Necesitaba seguir sintiendo esa hermosa calma que le había brindado aquella dulce mirada. Se apresuró a ladear su rostro hacia la pared y tras una respiración profunda, volvió a cerrar sus ojos. 

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Bloque de hieloWhere stories live. Discover now