Capítulo 30

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Era la cuarta taza de café que Mariano se tomaba frente a su computadora ese día. A pesar de la hora, aún se encontraba en su oficina investigando la agencia de publicidad en la que trabajaban su hijo y su sobrina por pedido explícito de Sebastián. Si bien en un principio había creído que solo se trataba de simple paranoia por parte de este, aceptó hacerlo de todos modos cuando le comentó que Facundo estaba implicado sentimentalmente con su jefa. Estaba seguro de que no encontraría nada. No obstante, sí lo hizo y lo que descubrió lo dejó impactado.

En realidad, el que su hijo hubiese empezado a verse con esa mujer no lo había sorprendido en absoluto. Ya se había dado cuenta de que esa mujer le gustaba y mucho, esa noche de sábado en la que tras, recibir su llamado, se había marchado al instante sin importarle siquiera dejar a la que entonces era su novia allí. Y aunque no había pasado por alto el hecho de que ella estaba casada, nunca se imaginó que eso pudiese significar un verdadero peligro para él. Ahora, después de todo lo que había hurgado, se sentía realmente preocupado por su seguridad.

Nada más entrar a su casa, el aroma de la cena hizo que su estómago rugiera. La habilidad de Victoria en la cocina era una de las tantas cosas que amaba de su mujer. La encontró de pie, de espaldas a él, lavando la vajilla que había utilizado para cenar con su hija. No había rastro alguno de Sol por lo que supuso se encontraría en su habitación estudiando. Caminó hacia su esposa, ansioso por sentir la paz que siempre lograba transmitirle. Pegándose a ella por detrás, le rodeó la cintura con sus brazos y la besó en el cuello.

La sintió suspirar ante su contacto, lo cual lo hizo sonreír. A pesar de los años transcurridos, el amor y la atracción entre ellos no había mermado ni siquiera un poco. La vio cerrar la canilla y luego de secarse las manos se giró en sus brazos para quedar frente a él. Acariciando su mejilla, se inclinó para besarla dispuesto a olvidarse del mundo que los rodeaba y centrarse por completo en ella. Sin embargo, no logró que la tensión lo abandonase del todo y Victoria, por supuesto, se dio cuenta de inmediato.

—¿Un mal día? —le preguntó mirándolo a los ojos mientras le acomodó un mechón de cabello que caía sobre su frente.

Se limitó a asentir. No sabía si contarle, o no, lo que le preocupaba en ese momento. No solía compartir información de trabajo con ella, no solo porque así eran las reglas, sino por su seguridad. Sin embargo, esta vez era diferente. Su hijo estaba involucrado.

Victoria era una de las personas más fuertes que conocía. Prueba de ello había sido la forma en la que, sin ayuda de nadie, había salido adelante con su bebé cuando ni siquiera él sabía que existía, o bien cómo lo había ayudado sin hacer preguntas en el momento en el que reapareció en su vida luego de años sin verse mientras escapaba de unos narcotraficantes que intentaban asesinarlo. No obstante, sabía lo mucho que se angustiaría al enterarse del peligro que se cernía sobre su primogénito.

De repente, el sonido de la puerta cerrándose con fuerza los interrumpió. La voz de Facundo llamándolo con notable desesperación hizo que ambos fueran a su encuentro. Entonces, la imagen de él de pequeño corriendo a sus brazos mientras lo llamaba llorando con angustia tras una caída ocupó toda su mente. Podía tener veintiséis años, pero para él siempre sería su pequeño. La expresión que vio en su rostro cuando se encontraron en la sala, le confirmó lo que había percibido al oírlo. Estaba en verdad muy nervioso.

—¡Papá! ¡Necesito tu ayuda! —imploró con voz ahogada.

Podía percibir el miedo en él y todo su cuerpo se tensó en respuesta.

—Facu, mi amor. ¿Estás bien? —oyó que le preguntó Victoria, igual de preocupada que él.

Su hijo la miró por un instante, pero se apresuró a sonreírle para calmarla.

Bloque de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora