Capítulo 8

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La presentación por fin estaba terminada. Sin embargo, Paula no podía sacarse de encima la sensación de que algo faltaba. Ahora que ya no tenía el estrés de estar trabajando contrarreloj podía verla desde otra perspectiva y aunque no era capaz de identificar en donde estaba el problema, no terminaba de gustarle.

Si tan solo contara con más tiempo, podría hacer las modificaciones necesarias y deshacerse así de ese horrible sentimiento de inconformidad que tanto odiaba. Pero en esta oportunidad, debía dejarlo pasar. Como venía sucediendo en los últimos días, el trabajo del fotógrafo de su equipo no la cautivaba. A pesar de ser uno de los mejores de la agencia en cuanto a técnica y conocimientos, en su criterio le faltaba ese toque especial que hacía que sus imágenes fueran únicas.

Las modelos tampoco le terminaban de cuadrar. Siempre los mismos rostros, las mismas expresiones. Todas mujeres hermosas, sin duda, pero muy poco realistas. Eran artificiales, inalcanzables y eso era justo lo opuesto a lo que necesitaba transmitir. Deseaba resaltar la belleza natural para que más mujeres se sintiesen identificadas y de ese modo, decidieran utilizar los productos.

Podía sentir la presencia de Facundo a su lado y daba gracias por eso. Saber que él estaba allí, de algún modo la relajaba, la hacía sentirse tranquila. Había pasado poco más de una hora desde que le había pedido que se quedase y aunque en un momento tuvo miedo de que se aburriera o deseara irse, cada vez que lo miraba, lo atrapaba con sus ojos fijos en ella y una sonrisa tierna en el rostro.

Facundo no había dejado de observarla desde que se había sentado a su lado a esperar que terminase el trabajo. En todo ese tiempo, se mantuvo callado procurando no interrumpirla. Le gustaba verla trabajar, concentrada, frente a la computadora. Cada gesto que hacía, como fruncir el ceño cuando algo parecía no gustarle o morderse el labio inferior de forma nerviosa, lo tenía hipnotizado. De pronto, la vio reclinarse hacia atrás resoplando con resignación.

—¿Todo bien? —preguntó, intrigado.

—Sí, sí. Es solo que no me termina de convencer, pero ya está —respondió posando sus ojos en él.

—¿Hay algo que yo pueda hacer para ayudarte?

—Eso ya lo hiciste, Facundo —dijo con una sonrisa que para él iluminó por completo su rostro—. Sin tu ayuda no hubiese podido terminarlo.

Una vez más, oírla decir su nombre, le provocó una agradable calidez en todo su cuerpo. No pudo evitar mirar su boca cuando ella sonrió, y volvió a sentir unas intensas ganas de besarla en cuanto vio que se mordía el labio inferior. Supo que estaba nerviosa, por lo que centró su atención en sus ojos, en un intento por descifrar lo que estaba pensando. Sin embargo, su teléfono comenzó a vibrar en su bolsillo interrumpiendo ese hermoso momento.

Tras verlo fruncir el ceño al mirar la pantalla, él se puso de pie y se excusó para salir al pasillo. Ella permaneció en silencio mientras lo vio alejarse. No sabía quién podría estar llamándolo a esas horas, pero algo le decía que era una mujer. De pronto, la idea de que hubiese alguien especial en su vida la entristeció y eso provocó a su vez, que se sintiera una idiota.

—¡No, Tamara! ¡Ya te dije que no puedo!

El exabrupto de Facundo llegó hasta ella y frunció el ceño al oír ese nombre. Era la segunda vez que lo escuchaba ese día —en realidad, la primera lo había leído—. No era un nombre muy común, por lo que llamó su atención de inmediato. A pesar de saber que no era correcto, se acercó hasta la puerta para oír la conversación.

—Dios, no lo sé. No, no voy a preguntar. Yo ya cumplí mi parte al entregar ese book. Si les gusta supongo que te van a llamar. —Hubo una breve pausa—. Hacé lo que quieras, Tamara... ¡Me da igual con quien! Estoy ocupado ahora mismo así que voy a cortar. Sí, mañana te llamo.

Bloque de hieloWhere stories live. Discover now