Capítulo 3

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En cuanto Facundo llegó a la puerta blanca de la casa de sus padres, se detuvo. Sabía que el motor de su auto lo delataría, por lo que no se demoró demasiado en salir. Tal y como había supuesto, su madre se asomó antes de que él llegara a la entrada.

—Hola, cariño —dijo con la hermosa sonrisa que siempre la había caracterizado.

A pesar de los años transcurridos, Victoria seguía luciendo increíble. Salvo por alguna que otra arruga junto a sus grandes ojos azules, no aparentaba la edad que tenía. De todos modos, jamás renegaba de la misma. Con su largo cabello rubio recogido en un rodete, salió a su encuentro para perderse en un cálido abrazo.

—Hola, mamá. Perdón por no avisar con más tiempo que venía —le dijo envolviéndola con el brazo que tenía libre.

—¿De qué estás hablando? Sabés que no necesitás nunca avisar que venís. Dale, entremos que tu papá está impaciente por verte.

—¿A mí o a las pizzas? —preguntó con una sonrisa maliciosa.

Victoria no pudo evitar sonreír ante ese comentario y negando con su cabeza, caminó hacia el interior de la casa.

Mariano se encontraba sentado en el sofá con un vaso de cerveza en la mano. Aunque el televisor estaba encendido, no parecía prestarle demasiada atención. Tenía su mirada perdida en algún punto incierto y el ceño marcadamente fruncido. No obstante, la expresión de su rostro cambió en cuanto giró la cabeza hacia ellos. Al verlo, se apresuró a incorporarse y dejando el vaso sobre la mesita ratona, avanzó hacia él con una sonrisa.

—Hola, hijo. Qué bueno que llegaste. Empezaba a morirme de hambre —le dijo mientras lo abrazaba con fuerza y lo palmeaba en la espalda.

—Hola, papá. Yo también te extrañé —respondió comenzando a reír.

Mariano rio también, en respuesta, y pasando un brazo por sus hombros, lo condujo hasta la cocina donde la mesa ya estaba servida.

Facundo no tardó en darse cuenta de que solo había tres platos, pero antes de preguntar por su hermana, la oyó gritar a lo lejos.

—¡Mamá! ¡¿Dónde está mi campera de jean?!

—La dejaste sobre la silla de tu escritorio, Sol. Ahora haceme el favor de dejar de gritar y vení a saludar a tu hermano —respondió ella con paciencia.

—¡¿Llegó Facu?! —exclamó a la vez que asomó su cabeza por la puerta de su habitación.

Al verlo, corrió a su encuentro provocando que casi cayera al piso al saltar sobre él para colgarse de su cuello. Siempre había sido así de efusiva y espontánea, y eso no había cambiado con el paso del tiempo. Tenía el cabello castaño claro y sus ojos eran marrones como los de él y su padre. Sin embargo, sus rasgos eran iguales a los de su madre. Era muy bonita, pero lo que más llamaba la atención de ella era su simpatía y su personalidad extrovertida.

—Hola, hermanita —saludó él con una sonrisa.

—¿Cómo estás? —preguntó volviendo a pararse sobre sus pies.

—Bien —mintió—. ¿Y vos?

—Muy bien. Aprobé todos los parciales así que ahora tengo unos días de descanso hasta empezar a preparar los siguientes.

Ese año había comenzado a estudiar la carrera de medicina y se la veía muy entusiasmada. Eso había puesto a sus padres muy contentos. Después de todo, Victoria era enfermera y para ella significaba todo un orgullo que hubiese decidido, en cierto punto, seguir sus pasos.

—Me alegra saberlo. Te felicito.

Automáticamente, le tocó con un dedo la punta de su nariz, tal y como siempre había hecho desde que era solo una bebé.

Bloque de hieloWhere stories live. Discover now