Capítulo 21

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Era una completa locura lo que estaba haciendo, pero la necesidad de estar con él era más fuerte que cualquier otra cosa que hubiese sentido y ya estaba harta de tener que seguir conteniéndose. Había notado el pesar en su mirada y no le gustó en absoluto el saberse responsable. No quería que se fuese a dormir creyendo que a ella le daba igual porque no había nada más alejado de la verdad. Facundo se había vuelto parte de sí misma desde el momento en el que fueron uno y nada cambiaría eso. Ni sus miedos, ni su edad, ni su matrimonio.

Bajó la velocidad cuando estuvo cerca de su departamento hasta finalmente detenerse. Divisó el auto de él más adelante y supo que estaba en casa. Podía sentir su corazón latir de forma acelerada y las manos comenzaron a temblarle a causa de los nervios. Jamás se habría imaginado que estaría en esa situación. Sin embargo, nada la había preparado para todo lo que sentiría desde el momento en el que lo conociera.

Inspiró profundo para sosegarse y bajó del vehículo. Necesitaba volver a verlo, volver a sentir sus labios sobre ella, pero más que nada, demostrarle todo lo que sentía por él. Se detuvo en la puerta al darse cuenta de que no recordaba cuál era su departamento. Tendría que escribirle para preguntarle, pero el recuerdo de su agobio la hizo dudar. Ahora que estaba tan cerca, una parte de ella comenzó a temer que no quisiera verla.

De pronto, el sonido de la puerta del edificio la sobresaltó sacándola bruscamente de sus pensamientos.

—¿Va a entrar, señorita? —le preguntó un señor que en ese momento salía con su perro.

—Sí, gracias —respondió un tanto avergonzada al ver que la miraba impaciente mientas sostenía la pesada puerta para ella.

Pasó junto a él y avanzó, decidida, hacia el ascensor. Miró de reojo al hombre con miedo de que se diera cuenta de que no vivía allí y le pidiera que se fuera. Sin embargo, este se alejó sin decir nada. Marcó el piso once —eso sí lo recordaba— y aguardó en silencio hasta llegar al mismo.

Reconoció de inmediato la puerta de madera que correspondía a su casa. Caminó con lentitud hacia ella, pero antes de que su dedo alcanzase el timbre, se detuvo. No sabía por qué, pero, de pronto, algo le impidió llamar. Lo había visto cansado y al despedirse, lo oyó decirle que la vería al día siguiente. ¿Y si estaba durmiendo y lo despertaba su visita? ¿Y si le molestaba que hubiese ido sin avisar? Quizás estar allí era una muy mala idea y solo conseguiría empeorar su ya notoria decepción. Lo mejor sería que se fuese y lo dejara tranquilo. Dio media vuelta y se alejó hacia el ascensor.

Facundo ni siquiera había encendido el estéreo en el camino de regreso

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Facundo ni siquiera había encendido el estéreo en el camino de regreso. Se sentía impotente, frustrado. Si bien sabía dónde se estaba metiendo al decidir involucrarse con ella y jamás haría nada que la pusiera en riesgo, tenerla tan cerca y no poder tocarla como deseaba lo estaba matando. Pero lo peor de todo era notar en sus ojos el continuo tormento que el miedo y la culpa de estar con él le generaban.

Por supuesto que no esperaba que dejara al marido de un día para otro —por más que la idea le gustase—. No podría pedirle eso, aunque verla con él lo destrozara; aunque imaginarlos juntos le provocase el más profundo dolor nunca antes experimentado. Sin embargo, tampoco podía ignorar el hecho de que ni siquiera cuando estuvo de viaje le había escrito. ¿Acaso se proponía ignorar todo lo que sabía que sentía hacia él? Se había dado cuenta de lo mucho que sus palabras le afectaron y el recuerdo de la pasión compartida el fin de semana se había grabado en su mente y en su cuerpo.

Bloque de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora