Ni leche ni té

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Cass había escapado de Grimmauld Place mientras todos dormían y había caminado hasta la casa de sus padres pasando tan desapercibida como le era posible. Había ocultado la varita mágica en su bota derecha y estaba envuelta en una campera gruesa para refugiarse del frío invernal. Las calles se veían vacías; tampoco esperaba encontrarlas atestadas luego de las dos de la madrugada una semana antes de Navidad.

Saltó el cerco y destrabó la puerta sin necesidad de llave. Todo estaba en silencio pero el corazón de Cass latía demasiado rápido como para creer que sus padres se encontraban plácidamente dormidos. Desde muy pequeña había tenido presentimientos e incluso extraños sueños sobre accidentes que se cumplían pocos días después pero todos lo habían adjudicado a que era una niña imaginativa y perceptiva, y nada más.

Con los años, Cass había aprendido a reconocer los presentimientos malos de la incomodidad común. El primero era una sensación extraña en la cabeza, se le hacía difícil respirar y su corazón se acelera; el segundo, en cambio, lo había identificado como la sensación de que te olvidas algo pero no sabes el que. Ambas situaciones la exasperaban, pero la primera, también le generaba pavor por lo que corrió por toda la casa, sin siquiera detenerse a admirar las fotos del casamiento de sus padres, el cuadro de la noche estrellada sobre el Ródano que había hecho a los quince años y que sus padres no dejaban de decir que era una imitación perfecta a pesar de que no lo era ni de cerca.

A Cass siempre la había relajado hacer las cosas con sus propias manos, dejar la varita olvidada en alguna parte y hacer el desayuno, tomar un papel en blanco y un lápiz negro para confeccionar un retrato de sus padres o hacer tazas con un poco de arcilla, cualquier manualidad la hacían sentirse serena, útil; sus problemas simplemente se esfumaban en el aire por un tiempo sin embargo, luego de esa noche, no dejó su varita a más de unos milímetros de distancia, no olvidó que era bruja ni ninguno de sus problemas ni siquiera por un segundo; no volvió a hacer nada con sus propias manos.

La morocha caminó, a paso rápido, hacia la cocina de la pequeña casa con el corazón latiendole en la garganta; los suelos se veían descuidados, como si su madre hubiera olvidado barrer esa mañana y a su padre le hubiera dado pereza recoger los platos de la mesa de la sala, sabía que algo iba mal por lo que apretó el paso e irrumpió en la pequeña cocina deteniéndose bruscamente al ver los claros ojos de su padre, opacos.

Dora despertó sobresaltada al oír un sollozo cercano; al principio creyó que podría ser Teddy con una pesadilla pero el niño dormía cómodamente a su lado por lo que lo descartó. Vió que Lily y Marlene también se despertaron y se miraron entre ellas antes de girarse hacia Cass.

Las tres ahogaron un grito.

Se levantaron de los colchones como impulsadas por un resorte y se acercaron a la muchacha que se removía con las manos apretadas en puños, clavando sus propias uñas en las palmas de sus manos, haciéndolas sangrar. Su boca y su nariz también sangraban profusamente dejando las mantas empapadas en la espesa sustancia.

-llamen a los chicos- rugió Dora alzando el torso de su amiga hasta tenerla prácticamente sentada, apoyada contra su pecho-. Tranquila Cass, es solo una pesadilla- comenzó a susurrarle acariciando su cabello aunque le temblaban las manos- tranquila Cass.

Pero la muchacha no podía estar tranquila; luego de ver a su padre tumbado en el suelo, su sueño había cambiado a otro de sus peores recuerdos: Cass se encontraba sostenida por un hechizo, sus pies y manos amarrados a su cama mientras veía a todas esas chicas a su alrededor, apuntándole con sus varitas y riendo a carcajadas mientra ella quería gritar.

Sintió que una mano tomaba su cabello y tiraba de él hasta que vió el rostro de la arpía de Parkinson con su horrible sonrisa burlona, como si pudiera mantenerse en un duelo justo contra ella. Sintió que los hechizos le quemaban la piel y su sangre deslizándose por sus costados hasta el colchón y no pudo evitarlo. Gritó, gritó con todas sus fuerzas en un intento de soportar el dolor, deseando caer en la tranquila inconsciencia. Gritó, mas no pidió clemencia, no les daría el placer de oírla romperse, vencida. Y continuó gritando sin que nadie fuera a por ella, ahogando las risas con sus gemidos roncos hasta que las muchachas terminaron su trabajo, hasta que su garganta sangró y se quedó sin voz.

DarknessWhere stories live. Discover now