Cosechando al calendario

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Ha de ser una locura empezar a medir el tiempo entre las letras y no entre el reloj. Así me ha pasado a mí los últimos años y creo que ya he perdido la cuenta de las noches eternas frente a las páginas en blanco que han respirado al tiempo que mi imaginación. Y es que he aprendido a tomar de la mano los pequeños detalles que resultan los pasos más grandes a la hora de recordar el camino que, corto, hasta ahora he dejado por lo menos en mí misma.
No juzgaría a la noche de la que ahora hablo, porque aunque el sol regale todos los días un respiro nuevo, tengo que convencerlo de que la luna acondiciona mi mente para bombardear el papel de letras nuevas que, a quema ropa, se vuelven frases que se cansaron de ser efímeras en mis pensamientos. Y aunque la noche parezca fría, el calor del resguardo podría fácilmente ser la sensación de calma en la que deciden converger los sigilos con las palabras que nunca se claman.
Y he aprendido a caminar en diferentes direcciones para explorar lo que es necesario cuando de alimentar la vida se trata, a dejar rastros para reconocer mi norte pero andando sin ataduras. He encontrado fuerzas en besos y lágrimas en palabras, sonidos en el silencio y calma en los gritos. Así, y de manera cortés, he desechado sentimientos vanos y recopilado en arcas los más inesperados efectos de amor, amistad...
Las fotografías y los recuerdos ahora son una pila más grande para abrir cuando haya que reconocerse así mismo de nuevo, las tasas de café se han vuelto más comunes y las charlas más intensas, los libros han pedido lugares nuevos aun cuando se atreven a envejecer con el tiempo, las páginas del diario se han convertido en libros de biblioteca porque siempre habrá más para leer que para escribir.
Los ojos han visto más de lo que habrían podido pedir, colores y formas que cambian todos los días han nutrido mi sentido, he aprendido a piropear a la luna y su espectacular reflejo en el agua que calma la angustia. Y es que en la noche los sueños que se van acumulando, con el tiempo se vuelven canas, arrugas y lucidez que espero tener algún día, los matices del claro-oscuro, las luces artificiales y la sombra que desaparece me regalan una conexión entre la penumbra y el reconocimiento de mi voz.
Entonces nacemos para recorrer momentos y pasajes que a veces no nos llevan a ningún lado, y eso es lo más hermoso, porque desconocer lo que no está en sí mismos nos hace estar a salvo. El coraje y la valentía del cuerpo siempre se sentirán en el alma, y en quien lucha todos los días por volver a correr, a sonreír, a hablar. Porque podemos soñar, pero no por mucho más de lo que podamos vivir alimentando nuestra mente y nuestro núcleo.
El chasco de la vida está en inhalar momentos y exhalar tristezas, en advertir al mundo que somos quien nadie busca pero que al final quien queremos encontrar. Podemos mirarnos todos los días al espejo escondidos dentro de un cajón; pero al amor lo encontramos en el reflejo del agua, el agua que viene calma o turbia y es más real que el vidrio.  

PUNTOS SUSPENSIVOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora