Memorias ajenas

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Empezaré contando una historia de amor que no me pertenece, pero creo que cuando las cosas no parecen ser de nadie y de dos al mismo tiempo, son mejores. Empezaré contando que no fui yo ni fue nadie, fue el viento quien decidió unir gritos y susurros, que la condición humana unió sin querer a dos cuerpos, donde el calor empezó a ser más fuerte. Resumiré que hubo amor, mucho amor, que hubo dolor y aun así, hubo amor.
Contaré que fueron miles y miles de años dentro de poco tiempo, porque los segundos se hicieron eternos; diré que fue algo inesperado, diré que el tic toc del reloj nunca se cansó de ellos. Entonces, así como empezó, como un amor clandestino, encerrado en los tambores del ruido de la ciudad, empezaron a aparecer las palabras que no llegaban de ningún lado, que nacían de ellos. Que cada uno decía "te amo" de muchas maneras menos así, como era común, que sus cuerpos se leían con lupa y sus mentes con telescopio y aun así solo ellos lograban descifrarse.
Diré que fue muy lejos, que nunca acabó, ni en cuerpo ni en alma, que no se quemó nunca lo que decidieron sentir. Me contagie de ellos, de nada más, de ellos y del complemento que eran. Puedo asegurar que por mucho tiempo y hasta ese tiempo eterno del que algunos hablan, ellos decidieron ser uno solo. Y testigos fuimos todos, el aire, el agua, el sol y las tormentas que superaron, testigos fuimos los que rodeábamos pacientes el tratamiento de lo infinito. Testigos fueron ellos que dejaron de ser quienes eran para convertirse en otros, solo por el otro.
Tal vez los momentos nunca terminaron para ellos, para mí sí, era el momento de irme, era tiempo de seguir creciendo y dejarlos crecer. Entonces para mí, los segundos ya no fueron eternos, la realidad comenzó a brotar, y ya me escondía de las tormentas. Empecé a ver borroso, a ver sin lentes la realidad y a confundirla con humo negro. Detuve la conmoción de mi cabeza y no tuve más remedio que sentir y ver desde lejos la soledad.
Detuve los momentos, comencé mi historia, y ahora los segundos empezaban a volverse eternos para mí.  

PUNTOS SUSPENSIVOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora