Ser del cielo

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El cielo trato de hacer poesía y cuando se dio cuenta, la poesía lo atrapó entre vientos fuertes y coloreados amaneceres. Al cielo hay que regalarle las miradas de quienes buscamos con o sin sentido la necesidad de alzar vuelo, la curiosa idea de adueñarnos de lo que no podemos tocar y regalarle más que un suspiro, uno que alcance sin dificultad, las nubes que encierran tanta opacidad y las transforme en el inicio de las lluvias que calman la sequía.

Porque el cielo también tiene la capacidad de atestiguar cuando la naturaleza escoge destinos y los une, ese cielo que silencioso mira, va registrando pisadas y sonrisas que desembocan en besos eternos. Entre amores finitos e infinitos, éste reúne carcajadas y condiciones, calmas y pasiones que libera a través del viento para envolver a los protagonistas en un solo lugar.

Y allí, sin que el mundo ponga en duda su inmensidad, cede esos colores efímeros y exquisitos que se van sin permiso a teñir otros ambientes, porque el cielo no es más que el lienzo que se dibuja todos los días con un pincel invisible y pulido que juega con una gama perdurable de matices y los hace cómplices de amaneceres y atardeceres que alimentan fotografías y momentos.

Seguramente al cielo hay que dejarle por esas y tantas razones la luz que decida dirigirnos, y sin caer en la dependencia, regalarle un pedazo de nuestra respiración para que nos guíe sin mayor dificultad hacia la luz que él mismo puede graduar. Al cielo y a su inmensidad, al reflejo de nosotros en un intangible infinito y a la obra de arte que implanta le confío mi ritmo sin que deje de confiar en su poesía que en sueños, da alas.

PUNTOS SUSPENSIVOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora