Mientras tanto, gracias Chopin

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"Todavía no eres libre, todavía buscas la libertad", escribió Nietzsche, quien sabe dónde o cuando antes de ponerle punto final a su exquisita obra Así habló Zaratustra. A mí la búsqueda me aterra, me fascina, me inquieta, me persigue.

¿Han leído a Nietzsche después de haber coreado (gritado) los poemas de Facundo Cabral mientras se culpan de no saber francés solo porque quieren cantar con la misma emoción que lo hace Edith Piaf con Non, Je Ne Regrette Rien y manda al carajo al mundo? ¿Leyeron esa pregunta y se quedaron sin aire al terminar? Así me quedo yo cuando hago ese tipo de combinaciones abrumadoras y me resigno, que delicia como me resigno. Abro YouTube, busco "The best of Chopin" y Chopin me calma.

Pero Nietzsche, igual que Piaf, igual que Cabral y hasta Chopin, Chopin que me calma, están muertos. Me gusta pensar que a ellos los calmó algo, como a Mercedes Sosa la calmó su definición de "cantora" o a Camus en su juventud el deporte. Pero, ¿de qué me calma Chopin?, ¿de Nietzsche?, ¿de Piaf?, ¿de mí?, ¿de todos? De la vida. Como dijo alguna vez Silvio Rodríguez, que sigue vivo, "lo más terrible se aprende enseguida y lo más hermoso nos cuesta la vida". Entonces sí, me calma de la vida, de mí vida.

De un vida corta que quiere ser larga. Pero no solo larga, que quiere ser ancha. Pero no solo ancha, que quiere más. Y en el afán de la vida, de esa que solo se cansa cuando aparece el ego, que aparece desde que se levanta, me quiebro. Entre los dedos, como arena, trato de conservar la felicidad de esa vida, mi vida. Quiero pensar que ser feliz no es una fatalidad del destino sino una oportunidad de reencontrarme. ¿Así lo harían quienes murieron ya?, ¿se reencontrarían? Porque como me encuentro me aterro, como quisiera reencontrarme, lo anhelo.

Pero que algo me calme, ruego que algo me calme además de Chopin. Que yo me calme. Que me aprehenda, que me cuestione, que me enamore y que deje en la basura de la estupidez humana mi ego, ese que duele, que desarma, que lamenta y que envidia. Que sea yo por quien soy. Que logre olvidar las fronteras de la humanidad y que haga del mundo, en mi cabeza, un lienzo sin fronteras mal interesadas.

"La poesía es como un pájaro, ignora todas las fronteras", dijo alguna vez el poeta ruso Yevgeny Yevtushenko. ¿Podrá ser la vida poesía? Que lo sea para mí. Porque para las fronteras crecí con moldes, para los poemas, con letras. Que lo segundo me calme, me salve.

Dentro de mí, una frontera que es mi vicio, mi cáncer. Dentro de mí, un camino envidioso, cohibido de inmunidad y ahogado de fragilidad. Dentro de mí, la envidia cargada de dolor y amargura. Todo resumido en aquella vaga frontera, apenas reconocible, camuflada.

Que algo me calme, repito. Que vea los logros de quienes están a mi lado como partículas de orgullo que pueda respirar y no como gotas de cianuro que me hagan llorar. Mientras tanto, gracias Chopin.

PUNTOS SUSPENSIVOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora