Un café

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Quiero estar completamente consiente de que enamorar y enamorarme es perder la conciencia de una manera voluntaria, que el amor no es más que solidaridad con un alma ajena que se aferra fuerte a la convicción de que somos dependencia y no sustancia. Quisiera hacerle entender a esa alma vagabunda que el pulso de mi voz es aún constante porque está viva y persigue la sinceridad de quien se atreva a escucharla.
Explicaría que hay una parte de mí que va oscureciendo con el tiempo, pero no hay sombras, es el café de cada mañana que está cargado de esperanza. Anticipo que ha pasado mucho y poco tiempo y que el viento me lo arranca de las manos como arena, pero invento segundos que faltan y sobran para seguir caminando como si creara un nuevo horario.
Confundo la piel que cubre los cuerpos verdaderos porque mi tacto no está listo para aborrecer, y leo en diferentes idiomas las cicatrices de los demás. Busco estrategias fallidas para que un no sé cuándo, llegue y un no sé qué, se apodere de mí. Le pido a la música que abusivamente haga un espacio en su propio cielo y me albergue por algunos minutos para poder ver desde otro ángulo lo que puede o no pasar con las pupilas dilatadas.
Le pido al alcohol que se divierta y al renuente café de esas mañanas monótonas que participe de la feria que arman mis pensamientos para que haya un poco más de energía. Dibujo cuerpos que nacen imperfectos en la punta de un lápiz y que monitoreo como milagros cuando caminan por ahí, sin mirar a algún lugar.
Aparezco y desaparezco, recordando y olvidando, soñando y viviendo, criticando y alagando. Sube la niebla que sin razón está más fría y blanca que nunca y no baja hasta cuando deja huella y retentiva, entonces busco el amor en la memoria que no hace más que recordarme que algo nuevo vendrá. Empaco mis maletas y vuelvo al café, al camino y a mí misma.  

PUNTOS SUSPENSIVOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora