Prólogo

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Frío. Eso era lo que sentía cada mañana al despertarse al otro lado de la cama. Odiaba ese frío, le recordaba al vacío. Un vacío que con el paso de los años había empezado a llenar o simplemente aprendido a ignorar. Hundió la cara en la almohada, intentando obviar el despertador atronador, pero finalmente cedió y alargó el brazo para apagarlo. Se desperezó al incorporarse y estiró los brazos con un bostezo. Se levantó y frotándose los ojos caminó hacia el gran ventanal, que ofrecía una de las mejores vistas de la bahía. Sonrió, respirando profundamente. Al menos ya no se sentía incompleto.

El agua de la ducha consiguió despejarle de todo. El olor de sudor como consecuencia de la noche anterior empezó a desaparecer y disfrutó del chorro de agua fría contra sus hombros. Se aclaró los rizos, que ya no eran tan largos como hacía un par de años y apagó el agua para alcanzar la toalla. Se secó un poco antes de cubrir su cintura con ella y caminó hasta el vestidor. De uno de los armarios sacó ropa interior limpia y calcetines, de otro unos pantalones vaqueros azules y del último una camisa en tonos claros. Se vistió sin demasiada prisa y antes de salir de la estancia, comprobó en el espejo su aspecto. Al menos, las ojeras ya no eran sus compañeras constantes de viaje.

Arrastró los pies escaleras abajo hasta llegar a la cocina, iluminada por el sol matutino. Apenas eran las siete de la mañana y el calor resultaba casi insoportable. Como un autómata, repitió la rutina de cada mañana. Primero, sacó una cápsula de café del armario, junto a dos tazas. La primera, más pequeña la colocó en la cafetera. Introdujo la cápsula y pulsó el botón para que el café comenzase a prepararse. Después, de la nevera cogió el cartón de leche y llenó la taza más grande para luego ponerla a calentar en microondas, un poco más de tiempo de lo normal para que se mantuviese caliente un rato más largo. Mientras se calentaba la leche y el café, alcanzó la caja de cereales de la parte más alta de la alacena y la tostadora del estante inferior. Como si estuviese cronometrado, el pan saltó de la tostadora justo en el momento en el que pitó el microondas.

Colocó dos salvamanteles azules en la mesa de la cocina, dos servilletas, dos cucharas (una más grande que otra) y llevó las tazas y los cereales allí. También colocó dos vasos, en los que más tarde serviría el zumo ya preparado que esperaba en la nevera. Dejó el azúcar junto a los cereales y se dirigió al salón de la casa. Se paró frente al equipo de música y miró a las estanterías repletas de discos en un lado. Era la parte que siempre le costaba más, escoger la canción de la mañana. Tras dudar unos minutos, alcanzó uno situado en el estante superior. Su recopilatorio favorito de Ray Charles enseguida empezó a sonar. Saltó la primera canción y Hit the road Jack comenzó a sonar por toda la casa.

Escuchó unos pasos en la planta de arriba y regresó a la cocina. Un grifo se abrió, pero no tardó en volver a cerrarse. Los pasos estaban ya de camino a las escaleras y las bajaron no con demasiada prisa. Su dueño no era la persona más mañanera del mundo, sin duda. Por fin, llegó a la puerta de la cocina, frotándose los ojos.

—Buenos días, dormilón— sonrió al recién llegado, que correspondió con otra sonrisa y un beso en la mejilla.

Y así eran todas sus mañanas.







Sí, ocho años han pasado... Mucho tiempo, ¿no? Y así comienza la continuación a Contradicciones. Espero que os guste al menos la mitad que a mí y que seáis pacientes... Quedan muchas cosas por descubrir, que tantos años da para mucho.

¡Un besazo y nos leemos pronto!

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now