Capítulo XXI

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Silencio. Eso era lo único que se podía escuchar en el aula durante las siguientes dos horas. Lo único autorizado a romperlo eran las respiraciones agitadas de algún alumno al quedarse bloqueado ante la prueba y el repiqueteo de los tacones de los botines granates de Amaia contra el suelo. Ella caminaba de arriba abajo por el aula, vigilando a todos los estudiantes con mirada autoritaria. Y él, la observaba desde la silla en la pequeña tarima bajo la pizarra. No podía negarlo, verla pasearse con su falda de color negro y su camisa blanca le ponía demasiado cachondo como para estar en un aula con todos sus alumnos, así que volvió a dirigir su vista a la pantalla de su portátil.

Releyó por enésima vez la resolución del cuerpo legislativo de la Universidad de California, tratando de encontrar algún vacío al que aferrarse, pero todo parecía tan perfectamente atado que era imposible encontrar un resquicio que pudiese mantener a Amaia en Berkeley. Apretó los puños, frustrado, y tuvo que reprimirse para no dar un puñetazo en la mesa y desconcentrar a todos los presentes. Suspiró y cerró la pantalla del portátil, buscando la mirada de Amaia tras ella. Ella le sonrió y enseguida entendió que quería que se acercase, así que deshizo sus pasos hasta él. Llegó a su mesa y se inclinó para quedar a su altura.

—¿Qué pasa?— susurró ella, intentando mantener la distancia suficiente para no levantar sospechas entre los alumnos.

—¿Te importaría quedarte sola hasta el final?— se levantó, tratando de evitar cualquier roce sospechoso con ella y se separó en un instante cuando uno de los sentados en última fila se acercó a ellos a entregarle el examen— Thank you— le dijo antes de ponerlo sobre la mesa— Están terminando ya.

—No, claro que no. ¿Por qué?— preguntó ella, algo extrañada. Habían acordado que tras finalizar el examen, volverían juntos a casa y ahora Alfred parecía tener otros planes.

—Reunión de última hora, llévate tú el coche— respondió, guardando su ordenador en la cartera de cuero— A mí me acercará Jones, no te preocupes. Pero espérame para cenar.

—Hm... vale— aceptó ella, dubitativa. Alfred se acercó para darle un beso, pero ella se apartó hábilmente, sonrojada. Sabían que su relación era un secreto a voces en el campus y ambos, especialmente Amaia, eran reticentes a cualquier muestra de cariño dentro de las vallas de la universidad. No querían levantar demasiadas sospechas, aunque llegar todas las mañanas juntos en coche no fuese precisamente un acto de discreción— Nos vemos mañana, profesor García— murmuró Amaia, intentando reprimir la risa.

—Que pase una buena tarde, señorita Romero— sonrió Alfred, bajándose de la tarima para salir del aula al pasillo.

Alfred recorrió con prisa los pasillos del Dwinelle Hall, pasando del ala de aulas al de despachos y comprobó en su móvil por enésima vez qué estancia debía encontrar. Despacho 24. Ahí estaba. Respiró profundamente antes de dar un par de golpes en la puerta con los nudillos y esperó a que el que estaba dentro le invitase a pasar. Pasaron unos segundos hasta que escuchó un come in desde el otro lado de la puerta.

—¿Profesor García? No esperaba verle por aquí hasta la semana que viene— el profesor Andews le miraba desde un lateral de su despacho, preparándose un café en la pequeña máquina que tenía sobre unas cajoneras con libros— ¿Quiere uno?

—No, no, muchas gracias— A Alfred le irritaba su tono de voz, serio e impersonal. Intentaba parecer simpático, pero su mirada totalmente desprovista de sentimiento lo hacía prácticamente imposible. Era bajito, muy bajito, tanto que Alfred casi le sacaba una cabeza y siempre llevaba trajes que parecían rescatados de una tienda perdida de segunda mano en Haight Street. Amaia siempre le decía que su despacho olía a una mezcla de café, nachos, guacamole y bocadillo de crema de cacahuete y mermelada de fresa y él, siempre se reía, diciéndole que no exagerase, pero acababa de descubrir que tenía razón. Las manchas de sudor bajo sus axilas se hicieron totalmente visibles cuando alzó los codos para coger su taza y Alfred tuvo que respirar profundamente para no salir corriendo. Pensó en su objetivo y recordó que estaba allí por Amaia, ¿verdad?

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now