Capítulo XVIII

3.3K 181 83
                                    


           

Tenía los ojos tan rojos que casi le lloraban involuntariamente. Le dolía la cabeza de estar tantas horas despierta. Apenas sentía los dedos después de los últimos cinco días en los que lo máximo que había estado tumbada en la cama habían sido alrededor de cinco horas. El pelo lo llevaba recogido en un moño tan mal hecho que los mechones se escapaban por todos lados. Se frotó los ojos por enésima vez con un suspiro y se mordió el labio, mirando el caos que había a su alrededor. Su pequeño apartamento había sido invadido por una legión de cajas de pizza y de fiambreras vacías del restaurante chino enfrente de su edificio.

Cerró el último libro que le tocaba consultar ese día, lleno de marcadores y marcas a lápiz en fragmentos importantes para su investigación. Suspiró cansada, agotada, cerró los ojos para descansarlos unos segundos pero, con una sonrisa involuntaria, no pudo evitar recordar la primera vez que visitó casa de Alfred. Se quedó asombrada al ver la biblioteca casi infinita que usaba a modo de despacho y más se sorprendió al descubrir todos los ejemplares de obras que podrían servirle para su tesis. Y cuando le dio el permiso de utilizarlos libremente, casi se lo come a besos delante Daniel; que desde que ella había entrado por la puerta no se había separado de ellos ni un sólo segundo. Ventajas de tener un novio historiador, le había dicho él entre risas. Ventajas de tenerte en mi vida, había pensado ella en silencio.

Después de toda la semana leyendo y tecleando sin cesar, por fin era viernes y, concretamente, la hora de apagar el portátil ya que, si se calentaba un poco más de lo que y estaba, podría quemar la mesa o incluso, la casa. Como todas las semanas desde su regreso de Montana, los viernes por la noche los pasaban en casa de él, formaba ya parte de su rutina. El trato era que Alfred se encargaba de hacer la cena y ella solo tenía que asegurarse de no hacer demasiado ruido por la noche para no despertar a Daniel, un pacto sencillo, o eso parecía. Al principio, se sentía una ocupa, se le hacía muy raro estar en esa casa tan grande comparado con su minúsculo apartamento solos pero, con el paso de las semanas, iba sintiéndolo ya casi como su hogar.

Suspiró de nuevo mientras se duchaba, recordando cómo habían cambiado las cosas en tan pocas semanas. De casi no poder ni verse a no querer despegarse; incluso encontrándose mal, como Amaia ese día. Llevaba toda la semana con molestias y náuseas y sabía bien por qué era, al igual que ese punzante dolor en el vientre. Se miró al espejo y al ver su expresión de cansancio, estuvo a punto de escribirle a Alfred que no iría esa noche, pero, cuando se sentó en la cama y cogió para mandarle el mensaje, se lo pensó mejor. Tenía algo que darles esa noche a su hijo y a él. Algo que seguro supondría un cambio importante en su vida y que les haría especial ilusión. Así que sus dedos teclearon rápidos algo un poco distinto

Helga está ya de camino.



—Papá, es que no quiero. Está podrido— Daniel daba vueltas a los trozos de kiwi que quedaban en su plato mientras miraba a su padre con cara de pena— Mira, se aplasta— hundió el tenedor en una de las rodajas y Alfred se giró para mirarle, enfadado. Llevaba ya un buen rato así, normalmente Daniel era un buen chico. Desde pequeño siempre había obedecido a todo, se comía todo que le ponían en el plato y nunca había dado ningún problema pero, últimamente, no sabía muy bien lo que le pasaba pero estaba un poco extraño.

—Con la comida no se juega, Daniel no te lo voy a repetir. Este kiwi está perfectamente, los recogí el miércoles del árbol. Así que termina de cenar que ya es tarde.

—Papá... Que no puedo más, en serio. Ya sé que con la comida no se juega pero... ¡Con Amaia sí!— Y tanto que se juega con Amaia, mucho más de lo que crees, hijo, pensó Alfred. Desde el primer minuto en que Daniel había conocido a Amaia, no se lo quitaba de encima. Siempre reclamaba su presencia para jugar a cualquier juego o para hablarle de cualquier cosa del colegio, lo que eso significaba menos intimidad para ellos, pero, realmente, estaba muy contento de que Daniel hubiera aceptado a Amaia tan bien.

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now