Capítulo XIX

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As far as I'm concerned, I can't do anything else but notify you about the changes that will be happening soon. I personally think you're an excellent doctoral student, miss Romero, and professor García's reports about you are wonderful, but I can't do anything about the decision that will be taken. Resources are limited and there are priorities.

—I-I totally understand, professor Andrews... Just let me know as soon as possible, so I can start... searching for other options...

—Of course, I'll keep you updated with any news on the topic. Thank you so much.

Y Amaia salió casi corriendo de ese despacho. Caminó algo desorientada hacia el suyo para recoger sus cosas. No entendía demasiado bien lo que acababa de pasar entre esas cuatro paredes. ¿Estaba todo a punto de cambiar, después de encontrar la estabilidad que llevaba toda su vida buscando? Cuando todo parecía ir bien, cuando su vida parecía, por fin, encauzada después de haber dado tumbos desde que había empezado el doctorado... Sacudió la cabeza, tratando de evitar sacar conclusiones precipitadas y se abrochó su chaquetón negro. Cerró la puerta del despacho con llave y, sujetando con fuerza su carpeta a rebosar de papeles, se encaminó a la estación de Berkeley.

El viaje del campus de Berkeley a Sausalito duraba algo más de una hora entre trenes y buses, pero no recordaba ningún trayecto que se le hubiera hecho tan interminable como ese. Sentada con la cabeza apoyada en la ventana, observaba cómo los edificios desaparecían a su paso. Suspiró, frotándose un ojo con un bostezo. Estaba agotada. Sus ojeras la delataban, al igual que su mirada apagada, pero era catorce de marzo. Alfred cumplía treinta y siete años y le había prometido que iría a cenar con él, que tenían mucho que celebrar. Ella tampoco se había hecho de rogar mucho y allí estaba, frente a la puerta de su casa con una bolsa pequeña y el abrigo abrochado hasta el cuello para protegerse del gélido aire de marzo.

Escuchó un ruido amortiguado de algo cayendo al suelo y su nombre en un grito y no pudo reprimir una sonrisa. Sabía perfectamente quién le iba a abrir la puerta.

—¡Amaia!— Daniel sonrió al reconocerla tras el marco de la puerta, mientras sostenía a Helga en sus brazos, ayudándola a comer una zanahoria. Amaia se agachó un poco para besar su mejilla— ¡Mira, estoy cuidando a Helga! Tenías razón, es una coneja muy buena, aunque a papá no le termina de gustar.

—¿Y eso?— preguntó ella, encaminándose hacia el salón para dejar su abrigo. El ruido de platos y vasos delató a Alfred en la cocina y mientras Daniel le contaba cómo la coneja había mordido los mocasines favoritos de Alfred aquella mañana y él había amenazado con hacer arroz con conejo el domingo para comer.

Al entrar, se encontró con Alfred de espaldas, agachado frente al horno. Dos gotas de sudor recorrían su nuca hasta perderse bajo su jersey y sus vaqueros se ajustaban de tal manera a él que disfrutó de la bonita vista de su trasero en esa posición. Se mordió el labio cuando se incorporó de nuevo y no tardó correr hacia él para besarle cuando se dio la vuelta. Como si fuese la primera vez, Alfred tardó unos instantes en responder al contacto, llevando las manos a su cintura para pegarle más a él y sonrió sobre sus labios al sentir los dedos de Amaia dibujando pequeños círculos en su nuca. Ella fue la primera en separarse un poco, juntando sus frentes para dejar un beso en la punta de su nariz.

—Feliz cumpleaños, cariño— susurró ella, sonriendo ampliamente mientras acariciaba su mejilla.

—¡Ya están las magdalenas!— exclamó Daniel al ver la bandeja que había sacado antes del horno y soltó a Helga en el suelo, que aprovechó para escapar de la cocina. Alfred suspiró, sacándose las manoplas tras alejar las magdalenas de su hijo y le miró, cruzando los brazos.

Turnedo |AU- Almaia|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora