Capítulo VII

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A diez minutos en tranvía desde el parque de Mission Dolores estaba el Chloe's Café, otro de los grandes descubrimientos de Amaia en San Francisco. Le encantaban los manteles estampados de las mesas, le recordaban a los que ponía su abuela en la mesa del jardín cuando era pequeña, a la hora de la merienda en las tardes de piscina. No era un local demasiado grande, y desde la mesa de la ventana podías observar una pequeña muestra de la vida de San Francisco. Desde el tranvía que sube la colina Mission hasta los perros corriendo hacia el parque.

Sentada en una de esas mesas estaba Amaia, dando vueltas con la cucharilla a una taza de cappuccino macchiato de caramelo y esperando su tostada de aguacate y salmón. Volvió a mirar el reloj, nerviosa. Miriam ya se había retrasado cinco minutos. No podía culparla, siempre que quedaban, ella era la última en llegar. Sin embargo, los nervios habían podido con ella y había salido de casa mucho antes de lo necesario. Bajo la mesa, su pierna no dejaba de moverse ni su pie paraba dar golpecitos en el suelo. Había cerrado el portal dispuesta a confesarse con ella y durante el trayecto había cambiado cuatro veces de opinión. Quién sabe lo que iba a soltar cuando por fin la tuviese delante.

Diez minutos después, su amiga empujó la puerta del local y entró, sacándose la cazadora que llevaba. Buscó a Amaia con la mirada y ella alzó la mano, haciéndole una seña para indicarle donde estaba. Con una sonrisa, se acercó a ella y Amaia se levantó para abrazarla.

—Qué sorpresa que estés antes que yo— comentó Miriam al sentarse en la silla frente a Amaia— A ver si va a ser verdad eso de que estás madurando.

—Es que desde que mi trabajo depende de si llego puntual o no, me he puesto las pilas— contestó ella, pegándole un mordisco a su tostada— Pero bueno, también depende un poco del día.

—Vale, desde luego nunca cambiarás— estiró el brazo para echarle una ojeada a la carta— No te puedes imaginar la ilusión que me hizo verte de casualidad el otro día en el parque, en serio. ¡Vaya coincidencia!

—Sí, qué cosas...— O vaya putada del destino, ¿no? Miriam notó el tono raro en la voz de su amiga, pero decidió no preguntar nada. Si ella quería contárselo, lo haría. Amaia no era un libro abierto pero cuando necesitaba desahogarse, con ella lo hacía sin problema— ¿Qué tal todo? ¿Te está gustando San Francisco?

—Sí, lo poco que he visto... He estado más bien en casa, ayer con la fiesta de cumpleaños de Daniel...— cuando llegó el camarero, le pidió un café como el de Amaia y unas tortitas con sirope de arce.

—Ah, ya... Es cierto— dijo Amaia, mirando por la ventana— Tu sobrino... Qué mayor está, ¿no?

—Pues sí, cuando le conociste tenía... ¿Dos años? Sí, porque fue cuando cumplí veinticinco... Madre mía que vieja estoy ya, que voy a cumplir treinta en nada— suspiró Miriam y miró a Amaia— Tú tienes que contarme muchas cosas, ¿no?

Amaia casi se cae de la silla al escuchar eso. ¿A qué se refería? ¿Alfred ya se había ido de la lengua?

—Hm... ¿Por qué dices eso?— preguntó en un intento de hacerse la interesante, aunque sabía que era prácticamente imposible engañar a Miriam.

—Venga, no te hagas la loca ahora, que cuando hablamos hace un par de semanas te pregunté si tenías algo y te reíste...— ¿Algún día dejaré de exponerme y dejarme en ridículo?

—Claro, me reí porque me hace gracia que me preguntes esas cosas— Amaia había bajado la mirada al café y Miriam sabía que la tenía acorralada.

—Venga, Amaia... Que hay confianza, ¿no?— le guiñó un ojo y Amaia, por fin, la miró. Con un largo suspiro, se decidió. Era ahora o nunca. No tenía ni idea de a donde podía llevar la conversación, pero necesitaba soltarlo. Quizás ella le pudiese ayudar a entender, por fin, el comportamiento de Alfred.

Turnedo |AU- Almaia|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora