Capítulo VI

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El otoño ya había llegado a San Francisco. Con él las calles lucían alfombras de colores rojizos y anaranjados y los días eran cada vez más cortos y fríos. Amaia caminaba por encima de esas alfombras, disfrutando del crujir de las hojas bajo sus pies, rumbo a su apartamento. Una ráfaga de viento la acompañó hasta su portal, donde empezó a rebuscar en su bolso para encontrar las llaves, con un poco de prisa. Unos minutos después, ya había cerrado la puerta del apartamento y había encendido la luz antes de ir directa a su cama. Miró el reloj, las cinco y media. Aitana la iba a matar.

Mientras encendía su portátil, alcanzó una manta de debajo del colchón y cambió el jersey de punto granate que llevaba por encima del vestido por una vieja sudadera negra. Se recogió el pelo en una trenza de lado y nada más abrir la aplicación de Skype, le saltó la llamada que llevaba todo el día esperando.

—Joder, Amaia, que aquí son casi las tres de la mañana ya y me estoy cayendo de sueño— dijo Aitana nada más ver la cara de Amaia a través de la webcam.

—Lo siento mucho, perdí el tren de siempre en Berkeley y aún acabo de llegar— se disculpó Amaia— He tenido un día un poco complicado.

—¿Y eso? ¿Os han pillado en el cuarto de las escobas?— ironizó Aitana y Amaia puso los ojos en blanco.

—Pues no, listilla. He estado con el director de mi tesis y, resumiendo, he tenido que borrar más de la mitad de lo que llevaba escrito— suspiró Amaia antes de inclinarse a encender la lámpara de su mesilla— Además, lleva varios días raro.

—Ah, ¿que también te acuestas con tu director de tesis? Esto es más grave de lo que pensaba— rio Aitana y ella hizo un mohín.

—Aitana, ¿podrías tomarme en serio por una vez en tu vida? Es Alfred el que está raro— contestó Amaia en tono serio— He ido a verle para que me dejase el modelo del parcial de la semana que viene y me ha dicho que ya me lo mandará por correo y si quiero cambiar algo que se lo diga por email.

—Yo no le conozco tanto como tú, pero sería que estaba ocupado o algo, Amaia. No te comas la cabeza por eso— respondió Aitana, colocándose correctamente el flequillo— ¿Solo querías hablar para esto?

—Bueno, es que... No sé, no creo que solo esté ocupado, pero es que no entiendo nada— Amaia se encogió de hombros y resopló.

—De verdad, no me puedo creer que sigas tan preocupada por él, por lo que hace y deja de hacer— el tono de Aitana tornó a serio en cuestión de momentos— Para empezar, ni siquiera entiendo lo que os traéis. ¡Ni el por qué!

—Aiti, es que...

—No, no me pongas una de tus excusas, Amaia. Quizás te sirvan a ti para sentirte mejor contigo misma, pero a mí ya no me cuelan. ¿Habéis hablado de lo de Madrid?— le espetó Aitana con un tono que casi llega a asustar a Amaia.

—No...— contestó Amaia, un poco avergonzada.

—Pues yo creo que deberíais empezar por ahí. No sabes nada de él, ni de lo que ha pasado en los últimos... ¿cinco, seis años? Empieza por ahí.

—No quiero. No quiero remover eso, al menos por ahora— suspiró Amaia, cruzando las piernas sobre el colchón— Hay mucha mierda y si la removemos va a empezar a oler muy mal.

—Y si la sigues amontonando va a oler aún peor que si la limpias.

—Pero, Aitana...

—¡Ni peros ni nada! ¿Puedes dejar de pensar con las hormonas y empezar a usar las neuronas? Que yo entiendo que te ponga mucho ese rollito de padre soltero y profesor, pero ¿cuál es tu plan? ¿Follar hasta que él se vuelva a cansar y se largue a... Nueva Zelanda o algo así?

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now