Capítulo II

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Amaia se despertó por primera vez desde que había llegado a San Francisco sin el sonido irritante del despertador. Era su mañana libre y quería aprovechar para hacer lo que más echaba de menos en España: dormir, aunque no pudo quedarse en la cama tanto como le gustaría. El calor húmedo de la bahía conseguía que hasta el colchón se le quedase pegado a la espalda y, resoplando se levantó. Miró alrededor de su pequeño loft en Rincon Hill y enseguida fue a la cocina para prepararse un café. Pasarían los años, pero seguía sin ser una persona de mañanas.

Los años habían pasado y también habían hecho mella en ella. Ya no era la Amaia de veinte años, alocada pero inocente a la que no le importaba vivir en medio de un desorden constante. Había conseguido ese loft por un precio más que razonable teniendo en cuenta los desorbitados alquileres en el centro de San Francisco. Podría haberse conformado con vivir en Oakland o Sausalito, pero se había enamorado de ella hace ya muchos años escuchando a Arctic Monkeys y su Fake Tales of San Francisco. Lo estaba decorando a su gusto, como quería, para sentirse más en casa. Y ya casi lo había conseguido la noche anterior al colgar aquel póster de The Beatles cruzando Abbey Road sobre su cama.

Dejó la taza en el fregadero y regresó a la parte del dormitorio para escoger la ropa del día. Se decantó por un vestido blanco que dejaba los hombros al descubierto y cogió también una cazadora de cuero negra. Sabía que cuando volviese del trabajo, habría refrescado y no quería enfermar. Terminó de vestirse y cubrió sus ojeras con un poco de corrector. Guardó su ordenador y la carpeta en la bolsa de tela y cogió las llaves de la bandeja de la entrada. Tras cerrar la puerta, bajó corriendo los nueve pisos y salió a la calle, sintiendo la bofetada de calor golpeándola.

Caminó un par de bloques hasta dar con la cafetería que llevaba visitando desde que se había mudado y empujó la puerta de cristal para entrar. Era un local tranquilo, con mesas amplias, aire acondicionado, café y bagels. Todo lo que Amaia necesitaba para sobrevivir hasta que llegase la hora de coger el tren al trabajo. Caminó hacia la mesa junto a la ventana, con vistas al embarcadero y a la bahía. Antes de sentarse, alcanzó un libro en la estantería, el mismo que había estado leyendo la mañana anterior y lo abrió por la página en la que lo había dejado. Ese era un motivo más para que le gustase esa cafetería.

El camarero de rizos rubios oscuros observaba todos sus movimientos desde el otro lado de la barra. Sentía mucha curiosidad por la mujer que siempre acudía a la misma hora, con el pelo recogido en un moño o en una media coleta y la bolsa de tela con los pájaros dibujados. Era guapa. Muy guapa. Quizás no era de ese tipo de belleza que consigue que te des la vuelta para mirarla, pero sus rasgos delicados y su mirada misteriosa le tenían encandilado desde hacía días.

—Buenos días— se acercó a ella con la bandeja y la chica dio un respingo en su silla. Estaba demasiado absorta en la lectura del libro— Lo siento, no pretendía asustarte.

—No, no te preocupes... Es que estaba demasiado entretenida— le sonrió ella— Quiero... Uhm...— se mordió el labio, indecisa y frunció el ceño— Pues la verdad es que no sé qué me apetece— el chico rio ante su frustración por no saber qué escoger.

—Puedo sorprenderte, si quieres— le propuso y enseguida se dio cuenta de que podía llevar a malentendidos— Con el café y el bagel, dijo.

—Sí, sí, lo había entendido— rio ella y le miró con ojos curiosos— Está bien, te dejo sorprenderme. Con el café y el bagel, por supuesto.

El camarero volvió detrás de la barra, suspirando por la dulzura de la voz de Amaia. No podía ser mucho mayor que él, quizás uno o dos años más, aunque eso no importaba demasiado. Probablemente tuviese novio. Quién sabe, hasta hijos. Sin embargo, él se conformaba con servirle un café y un bagel todas las mañanas.

Turnedo |AU- Almaia|Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt