Capítulo XVI

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Cuando Amaia abrió de golpe la puerta de su habitación, una ráfaga de viento frío le azotó en la cara. Con las prisas, se había dejado la puerta del pequeño balcón abierta y ahora la estancia no superaba los dos grados de temperatura. Se maldijo a sí misma, encendiendo la luz y corriendo hasta la puerta de cristal para cerrarla. Sin embargo, tampoco le molestaba demasiado. Esa noche ni siquiera dormiría allí. Se mordió el labio, doblando el chal para guardarlo en el armario y pensó en Alfred de nuevo. En la sensación de quedarse dormida en sus brazos de nuevo. De besarle nada más despertarle. Y sonrió como si volviese a tener veinte años.

Alcanzó su cargador de móvil, que descansaba sobre la mesilla de noche y levantó la almohada para coger el pijama. Pero cuando lo tuvo en la mano, recordó las últimas noches que había pasado con Alfred. Nunca había necesitado más pijama que el de sus brazos. La ropa con él siempre era más que prescindible. Así que, sin pensarlo mucho, lo dejó de nuevo bajo la almohada y salió con prisa de la habitación, cogiendo la tarjeta para poder volver a entrar a la mañana siguiente.

Subió a la segunda planta por las escaleras, intentando no despeñarse en su intento y se colocó bien el vestido y la coleta antes de llamar con los nudillos a la puerta de Alfred. Él no tardó más que unos segundos en abrirla, como si la estuviese esperando. Su mirada se iluminó al verla y se hizo a un lado para que pasase. Se había quitado la chaqueta y los primeros botones de la camisa ya estaban desabrochados, al igual que su pajarita. Regresó a la butaca que había frente a la cama y se sentó, haciéndole un gesto con el dedo para que se acercase. Cogió el vaso de whisky con hielo que había sobre la mesa y le pegó un trago.

—¿Te has olvidado del pijama?— le preguntó él, observando cómo se descalzaba y se acercaba a él, despacio.

—Contigo nunca he pasado frío en la cama, no veo el porqué de necesitarlo hoy— respondió ella y se sentó sobre sus piernas, quitándole el vaso de la mano para beber ella.

—Fuera hay temperaturas bajo cero, no quiero que te pongas enferma— se incorporó un poco en la butaca para dejar sus caras a la misma altura.

—Entonces tendrás que abrazarme un poco más fuerte, creo— susurró ella y pasó los brazos por su cuello para acercarlo a ella y devorar sus labios.

Alfred, en su mente, reconoció que la idea era más que tentadora, pero esta vez quería hacer las cosas bien. Quería ir despacio, abriéndose primero para que ella le entendiese y dejar que todo fuese sucediendo poco a poco. Pero los labios de Amaia recorriendo su cuello y clavícula le impedían pensar con claridad. Quería separarla, mirarla a los ojos y explicárselo, pero sus manos decidieron que era mejor idea enredarse en su pelo y acariciarlo, disfrutando del tacto de su boca. Su último rincón racional fue el único capaz de reaccionar en ese instante.

—Amaia... — murmuró él, intentando separarla, pero ella hizo caso omiso— Amaia, espera— cogió sus manos, entrelazando sus dedos y apoyó su frente en la suya. Ella le miró extrañada— Sabes que me apetece tanto como a ti hacer esto pero... creo que tenemos que ir poco a poco. Tenemos muchas cosas de las que hablar antes de esto. Quiero hacer las cosas bien.

—¿Desde cuando te ha molestado que nos acostemos y dejar las palabras para otro momento?

—Desde que quiero hacer el amor contigo y no limitarme a follar en mi despacho— respondió él sin alzar el tono.

—Alfred, déjame demostrarte lo mucho que te he echado de menos estos años esta noche— susurró ella contra su oreja, mordiendo el lóbulo después— Te prometo que será aún mejor que hacer el amor.

Y Alfred no pudo negarse ante el tono seductor de Amaia, que ya había conseguido que las primeras gotas de sudor frío rodasen por su espalda. Sus pantalones le resultaban cada vez más incómodos y ella pasó a sentarse sobre una de sus piernas solo. Las manos de él volvieron a perderse en su pelo, hasta soltarlo y dejar que su melena cayese indómita por su espalda. Amaia se inclinó sobre él, besando su cuello hasta dejar una marca y dejó sus caderas rodar sobre su muslo, escapándosele así el primer suspiro de placer de la noche. Alfred cerró los ojos, aferrándose a su cintura para guiar sus movimientos. El control ya se había desvanecido para él.

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now