Segunda parte

2.3K 158 40
                                    




           

El tiempo se escapa de nuestras manos tan sutilmente que apenas nos percatamos. Vuela, se escurre, huye y se aleja de nosotros como si nos temiese. El tiempo es presente. Es efímero. Se desvanece sin más. Siempre he odiado la expresión de disfruta el momento. ¿Qué momento vamos a disfrutar, si los instantes son tan minúsculos, casi microscópicos que cuando te das cuenta de su importancia, ya se han escapado? Quizás por eso tenemos esa maldita manía de aferrarnos al pasado, porque no somos conscientes de su fugacidad. De que el presente es lo más perecedero que existe.

Sin embargo, aferrarse al pasado es un sinsentido. El ayer no es más que un par de grilletes que nos dejan clavados en el suelo, sin permitirnos avanzar. Y la vida es esa lucha constante por deshacernos de las cadenas que no nos dejan seguir caminando. Cuanto más se tarda en quitarlas, más ardua se vuelve la tarea. Los grilletes se van llenando, poco a poco, de mugre. Esa mugre acaba por invadir toda cavidad en ellos. Se oxidan. Infectan nuestra piel. Y es entonces cuando realmente nos damos cuenta del lastre que son, solo cuando realmente nos empieza a molestar. Pero quizás sea ya muy tarde y duela demasiado soltarse. Entonces, solo los más valientes se atreven a dar el paso.

Ser valiente es otra expresión que nunca me ha gustado demasiado. No es una condición inherente, endógena al individuo en sí, sino que es una cualidad que te otorga alguien externo. No sé si me estoy explicando bien. Es como... que uno es valiente cuando otra persona se lo dice, porque cuando se toma una decisión no es pensando si es valiente o no, sino por otras cuestiones. Adam Smith o Stuart Mill dirían que es por un cálculo de costes y beneficios, Theodor Adorno y Lasswell se decantarían por el sistema de valores y creencias del individuo y Lindblom afirmaría que sería una solución para salir del paso en un estado de lucha permanente. Yo prefiero creer en los instintos simplemente. Por eso, cuando me dijiste, aquella mañana de enero, que era valiente casi me da la risa.

Quitarme los grilletes no fue una decisión valiente. Fue una decisión instintiva. El instinto me llevaba a ti, así que para alcanzarte tenía que liberarme primero del peso del pasado que me mantenía anclado en un falso presente. Fue un viaje duro, pero fue bonito y sin duda mereció la pena. Cuando volví a San Francisco y llamé a Miriam, empecé a llorar desconsoladamente. El estrés de tantos meses... pero por fin estaba bien. Todo volvía a tener sentido a mi alrededor. La canción estaba terminada al fin y solo quedaba empezar a ampliarlo. Contigo. Era el momento de comenzar a componer una nueva sintonía, con acordes y melodías totalmente distintas. Teníamos que dejar las notas fluir y volar hasta el pentagrama en el que se escribiría nuestra historia. Y tú, como siempre, serías la clave de sol en cada línea.

Y en todo esto viéndote dormir desde el balcón de mi habitación. Respirabas tranquila, dormías plácidamente, ajena al huracán en mi mente. Y sonreías en sueños. Nada podría hacerme más feliz, por primera vez en mucho tiempo, me sentí en casa de verdad. Para mí, Madrid, Barcelona, San Francisco o Montana, son casa. Siempre y cuando tú estés conmigo. Porque tú eres casa.




Y aquí el comienzo del final de la historia, con la segunda parte de Turnedo. Es hora de cerrar etapas. Nos leemos en unos días.

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now