Capítulo XIII

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Las Navidades habían terminado y el invierno seguía corriendo en San Francisco. Alfred y Daniel habían regresado de España hacía solo un par de días y aún tenían el sueño cambiado, especialmente el más pequeño. Demasiado temprano para ser un sábado, Daniel se despertó y, frotándose los ojos, se levantó de la cama. Recogió su bata de cuadros azules de la silla y se la puso, saliendo de su habitación.

Sabía que algo no iba bien en casa. Emily no había estado con ellos en Madrid, y aún no había vuelto a aparecer por casa. Su padre le había dicho que aún estaba en Utah con su familia, pero él no sabía cuánto de verdad había en sus palabras. Además, había notado que su actitud había cambiado desde que habían regresado, estaba más... callado. Y no lograba entender por qué.

Sin embargo, Daniel no quería que su padre estuviese triste, así que decidió darle una sorpresa esa mañana. Con sigilo, caminó por el pasillo hasta la habitación principal. La puerta estaba arrimada, así que con cuidado la empujó y entró en la estancia. Las paredes de color crema contrastaban con la oscuridad del día nuboso que asomaba por la ventana. En el centro de la estancia estaba la gran cama de matrimonio, que parecía aún más grande con Alfred durmiendo en una esquina, encogido e inmóvil. Cubierto por la colcha blanca, roncaba con una respiración tranquila. Después de otra noche deshaciéndose en lágrimas, había caído rendido.

Daniel se acercó al colchón, por el lado contrario al que descansaba su padre y se subió a él. Rodó hasta quedar a la altura de Alfred y sonrió, dándole un beso en la nariz antes de abrazarle. Su intención no era despertarle, sino quedarse un rato así con él, pero Alfred no tardó en removerse entre las sábanas, un poco aturdido. Al abrir los ojos, se encontró con su hijo acurrucado contra su pecho.

—¿Daniel?— susurró, zarandeándole un poco para que le mirase— ¿Ha pasado algo? ¿Has tenido una pesadilla?

—No, solo me he despertado y no sabía qué hacer— el niño se frotó los ojos y miró a su padre— Como ahora estamos solos...

—Me has asustado mucho, cielo— Alfred le abrazó con fuerza, besando su frente— Creí que te había pasado algo— se separó un poco de él para sentarse en la cama, frotándose los ojos. Buscó sus gafas sobre la mesilla y se las puso al levantarse— ¿Vamos a desayunar?

Daniel asintió, pero antes de levantarse puso una mano en el brazo de Alfred, haciendo que este se girase. Dio unos toques a su lado, invitándole a volver a sentarse y su padre obedeció, un poco extrañado por sus gestos.

—Papá, quiero...— Daniel se rascó la ceja, nervioso. Lo que iba a pedir era casi algo tabú en esa casa, pero quería ayudar a su padre y supuso que esa era una opción— Había pensado que... No sé...— Alfred esperó impaciente a que hablase, mirándole con las cejas alzadas. Solo deseaba que no fuese otra pregunta sobre cómo se hacían los niños, porque aún no estaba preparado­— ¿Qué te parece si hoy intentamos llamar a mamá y la invitamos a pasar unos días con nosotros? A lo mejor está de vacaciones del trabajo y puede venir...

Y en ese momento deseó que sí que le hubiera preguntado por los niños. Preferiría mil veces explicarle eso que lo que realmente había pasado con su madre. Llevaba años evitando darle explicaciones. Se excusaba en que solo buscaba protegerle, pero era consciente que una mentira, a la larga, siempre causaba más daño que una verdad, sin importar cuan dura fuese. Miriam se lo había dicho, y le había advertido de las consecuencias que podría tener en su relación con el niño si tardaba demasiado en contarle todo. No estaba listo, pero nunca lo iba a estar, así que decidió que ese era el momento. Tenía que aceptar su presente.

—Verás, Daniel... Tú ya eres un niño mayor, ¿no?— el niño asintió fervientemente. Sabía que este era el momento en el que su padre le contaba una cosa de mayores y le hacía mucha ilusión que confiase en él— Entonces tienes que saber que mamá... Mamá no puede venir...

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now