Capítulo X

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—Sigue sin quedarme demasiado claro por qué vas— le siguió hasta la otra habitación. Mientras él sacaba una maleta del armario, ella no dejaba de atosigarle— Ni por qué yo no puedo ir.

—Ya te lo he dicho, cosas familiares­— empezó a sacar la ropa del niño para la maleta— Y no he dicho que no puedas venir, pero no tienes vacaciones, ¿no? No quiero que tengas problemas en el trabajo.

—¿Y tú vas a dar clase por Skype o cómo va el asunto?— preguntó Emily en un tono molesto— Que yo sepa tampoco tienes vacaciones.

Alfred resopló mientras rebuscaba entre los zapatos de Daniel sus deportivas azules favoritas. Era como una mosca, no había dejado de revolotear a su alrededor desde que había vuelto a casa antes de tiempo y le había dicho que se iban un par de días. En el fondo era consciente de que no podía culparla, él se habría enfadado mucho más. Pero no tenía ganas de darle explicaciones de lo que hacía. Ni esa tarde ni ninguna desde ya varias semanas atrás. Emily solo se encontró con el silencio de su novio, así que atacó de nuevo.

—¿Y qué tiene que ver que sean cosas familiares, Alfred? Creí que ya éramos familia— le recriminó, empezando a alterarse— Me estoy empezando a cansar de todas estas evasivas, de que no quieras ni mirarme a la cara. ¿Qué coño te he hecho? Porque te juro que no lo entiendo. Y no me vengas con que es una época, porque ya eres mayorcito para pasar por la edad del pavo.

Alfred también se estaba empezando a alterar. Las manos le temblaban y las gotas de sudor frío ya rodaban por su nuca. Respiró profundamente, reflexionando bien qué contestar antes de meter la pata.

—Creo que no es el momento de explicártelo, te prometo que cuando volvamos te...

—¡No pongas excusas, Alfred! Siempre haces lo mismo— le gritó ella, perdiendo ya los nervios— Nunca es el momento para nada. Ni para comer, ni para hablar, ni para salir a cenar. ¡Hasta llevamos más de un mes sin hacer nada en la cama! Y tú... Ni te molestas en intentar arreglarlo. Parece que te importa una puta mierda lo que pase entre nosotros.

—¡BASTA YA!— Emily no era la única que estaba al borde de un ataque de nervios. Alfred se incorporó para mirarla— ¡Te estoy diciendo que ahora no es el momento y tú sigues ahí, sin cerrar la boca! ¿Puedes dejar de soltar estupideces y escucharme por una vez? Yo puedo ir porque mi profesora asistente me va a sustituir, ni siquiera sé por qué te lo tengo que explicar. ¿Eres mi madre o algo así? Me tienes...

Pero Alfred no pudo terminar la frase. Un golpe seco en su mejilla consiguió que dejase de hablar. Llevó la mano hasta donde Emily había dejado la suya marcada. Le había dado fuerte, tanto que había sonado como un estallido seco. Y ahora le dolía, mucho, pero no solo el golpe.

—Quizás tengas que acabar buscando también una profesora asistente para sustituirme a mí también— y desapareció por el pasillo, secándose las primeras lágrimas.





Sentado en la butaca de su despacho, Alfred escuchaba la lluvia repiquetear contra la ventana. Tecleaba con prisa en el ordenador, no sabía si por la urgencia de terminar el artículo cuanto antes o por los nervios de la visita que se aproximaba. Necesitaba hablar con ella y no sabía muy bien cómo iba a reaccionar, pero no se iba a poder negar. Al fin y al cabo, era su trabajo.

A los pocos minutos, alguien dio unos toques en su puerta y, tras aclararse la garganta, le invitó a pasar. Amaia entró en el despacho, cerrando la puerta tras ella. Dio tres pasos hacia él, parándose en la mitad de la estancia con los brazos cruzados. Su mirada era de indiferencia, como si le diese igual estar allí o en cualquier otro sitio del mundo. Como si él mismo también le diese igual. Su melena estaba un poco más rizada y algo encrespada por la humedad del ambiente, pero la llevaba medio recogida con un pasador que le aportaba más madurez. Empezó a mover el pie, impaciente.

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now