Epílogo

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Los primeros rayos de sol se filtraban por el gran ventanal de la habitación. Una noche más, se habían olvidado de cerrar la cortina antes de irse a dormir y él fue el primero en sufrir las consecuencias, despertándose mucho antes de lo planeado por la claridad que había invadido la estancia. Despacio, abrió los ojos, parpadeando varias veces para acostumbrarse a la luz y tiró del edredón, intentando taparse más con él, pero no lo logró porque alguien, a su lado, lo tenía demasiado bien agarrado. Suspiró y optó por acurrucarse más junto a ella, dejando que el calor que desprendían sus huesos le protegiese del frío de noviembre.

Ella no tardó en despertarse también, sintiendo una leve presión en la parte baja de la espalda y se removió entre los brazos de él, girándose para mirarle. Sus ojos se encontraron, como todas las mañanas desde hacía ya muchos años. Era una rutina ya, pero una rutina de la que no se cansaría nunca. Recorrió la línea de su mandíbula con la yema de su dedo índice y sonrió antes de dejar un beso en sus labios.

—Buenos días —murmuró él con la voz aún ronca.

—Y tanto que son buenos —respondió ella, con una media sonrisa mientras se frotaba un ojo y él le miró alzando una ceja, sin entenderla—. Nada, que ya he notado que hoy nos hemos levantado más alegres de lo normal —rio ella, pegándose aún más a él y dejando que sus cuerpos se rozasen.

—Ah, es que he tenido un sueño... —suspiró él, llevando sus manos a la cintura de ella para acariciarla mientras ella atacaba su cuello sin piedad.

—Ajá... ¿Y cómo era ese sueño?

Los besos se fueron haciendo más profundos, más ardientes y más pasionales. Trataban de devorarse el uno al otro mientras sus manos buscaban camino bajo la ropa que poco a poco iba sobrando. Ella suspiraba entre beso y beso y él buscaba el aire en sus labios. Porque el aire es vida y ella era su vida.

—Pues estábamos en el lago... —comenzó él, deshaciéndose por fin de la camiseta de ella y dejando su torso al descubierto—, hacía mucho calor en la habitación... —esta vez, fue él quien se quedó sin parte de arriba y pasó las uñas por toda la piel que había dejado al descubierto— Y estábamos sol-

—¡MAMÁ! —un grito, acompañado de una melodía aporreada de piano, hizo que ambos se separasen de golpe y se mirasen con la respiración agitada. Ella cerró los ojos, apretando los puños y él respiró profundamente, tratando de calmarse.

—Pues menos mal que en tu sueño estábamos solo, porque aquí ya se ve que no —suspiró ella, sentándose en el borde de la cama para alcanzar la sudadera vieja que había usado la noche anterior— ¿Por qué no pueden dormir hasta más de las ocho de la mañana?

—Porque no se parecen a ti—respondió él con una sonrisa, ya levantado de la cama— Yo voy al salón, a ver qué ha pasado ahí.

Ella asintió y se levantó también, calzándose las zapatillas para seguir sus pasos escaleras abajo, pero antes de salir de la habitación, su mirada se detuvo en una de las fotos que decoraba su cómoda.

Una toga blanca y negra, un birrete a juego y una borla dorada caía sobre su cuello, a ambos lados de su cuerpo. La sonrisa más amplia que jamás había esbozado y rodeada de las personas que más quería. A su derecha, Alfred, Aitana y Roi, que habían viajado muchos kilómetros para no perderse aquel momento. A su izquierda, sus padres y Ángela, que también habían querido estar presentes en uno de los días más importantes de Amaia. Y justo debajo de ella, los dos acompañantes más inesperados de su viaje: Daniel con Helga en brazos.

Suspiró sonriendo al recordar esa foto. El sol había conseguido salir aquella mañana de diciembre en Londres, después de varias semanas lloviendo sin cesar y no había desaparecido hasta ponerse tras las colinas de Primrose Hill. Habían pasado ya tantos años desde aquel momento, pero ella seguía emocionándose al recordarlo, al recrear la sensación de haber subido a aquel escenario cuando el rector había pronunciado su nombre y al dejar escapar unas lágrimas al reconocer unos rizos, una peca y una sonrisa inconfundible entre toda la gente que se arremolinaba en los jardines del University College de Londres. Y no dudó en lanzarse a sus brazos y regresar así a su refugio tras tantos meses de ausencia.

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now