Capítulo XX

3K 179 66
                                    


Calor. Eso fue lo que sintió de repente Amaia mientras fregaba los últimos platos que habían utilizado en la cena. Unos brazos rodearon su cintura, consiguiendo que soltase el vaso que sostenía entre sus manos de golpe y se giró, con las manos aún húmedas para mirar a quien la había interrumpido. Sus miradas se encontraron y se encendieron. Ella se mordió el labio y él deshizo los pocos centímetros que les separaban para atacar la sonrisa provocadora que acaba de esbozar. Sus lenguas se encontraron y lucharon en los umbrales de sus labios por ver quién invadía la boca del otro primero. La temperatura en la estancia empezaba a subir y sus cuerpos replicaron el efecto térmico, al mismo tiempo que sus respiraciones se aceleraban.

Los dedos de Alfred deshicieron hábilmente el mandil que llevaba Amaia, quitándolo del medio de los dos y Amaia aprovechó la distancia para dedicarle a su cuello toda la atención que merecía. Besos, lamidas, mordiscos... nada era suficiente para Alfred, que con sus suspiros y pequeños gemidos reclamaba más mientras sus manos se perdían ya bajo el vestido de ella. Apoyó las palmas sobre su trasero, buscando la fricción con su entrepierna y de ella se escapó un gemido ahogado. Alfred sonrió al escucharla y no tardó ni un segundo en rasgar sus medias negras para deshacerse de ellas.

—No puedes imaginarte lo mucho que te he echado de menos— murmuró Alfred sobre su oreja y ella se estremeció con la calidez de su aliento. La separó del fregadero para caminar hasta la encimera con ella. Con un salto hábil, Amaia se sentó en el borde, rodeando con sus piernas la cintura de Alfred.

—Pero si ahora me ves casi a todas horas, en la universidad y en casa— susurró ella, aflojando su corbata para sacársela y empezar a desabrochar los botones de la camisa.

—Te veo pero apenas tenemos tiempo para nosotros— contestó él sin alzar el tono— En el despacho ahora tienes miedo de que nos pillen y en casa está Daniel. Y claro, luego te paseas con estos vestidos por aquí... ¿Son para provocarme y dejarme con las ganas?— sus manos ya hacía un rato que se habían perdido su vestido y ella suspiró al sentir las primeras caricias.

—Son para lo mismo que tú te pones trajes para ir a trabajar— respondió Amaia, enredando sus dedos en los mechones más largos de su pelo— ¿Qué pretendes tú?

—Hacer el amor contigo todas las noches hasta caer rendidos en el colchón— y se deshizo con rapidez de la ropa interior de Amaia, que ya le había sacado la camisa.

Con cuidado de que no hubiera nada debajo, tumbó a Amaia sobre la fría encimera de granito y se agachó un poco, comenzando a dejar un reguero de besos desde su empeine hasta el interior de sus muslos en ambas piernas. Ella sentía un escalofrío con cada contacto de sus labios y la necesidad de sentirle cerca por fin aumentaba por instantes. Sus manos acompañaban a su boca, sin dejar ni un rincón de sus piernas sin prestarle la atención que merecían. Y cuánto más subían, más guturales eran los sonidos que se escapaban de la garganta de Amaia.

Alfred sintió un fuerte tirón en su pelo, acompañado por un gemido tan fuerte de Amaia que temió que Daniel se hubiera despertado, cuando por fin su boca se hundió entre sus piernas. Su lengua volvió, por fin, a disfrutar de Amaia y ella no soltaba sus mechones, guiándole en el viaje que la llevaría a lo más alto esa noche. Se movía en círculos, de arriba abajo, hacia los lados, ... no quería dejarse ningún rincón por saborear y Amaia se lo agradeció, moviendo sus caderas hacia delante para acercarse más a él. Con un férreo agarre en sus caderas, Alfred pronto acompañó los movimientos de su lengua con las caricias de sus dedos y Amaia sintió que no iba a aguantar mucho más. Él era un experto en llevarla hasta el límite y ella simplemente se dejaba hacer, permitiendo a sus instintos reaccionar por ella. Y esos instintos fueron la que le hicieron suspirar su nombre demasiado alto cuando por fin se dejó ir.

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now