Capítulo VIII

2.5K 168 60
                                    

           


La carrera por los pasillos hasta el baño se hizo eterna para Amaia. Necesitaba huir de ese despacho. Abrió la puerta de golpe y se encerró en uno de los cubículos blancos. Encogida sobre la tapa del retrete, se abrazó las rodillas, hundiendo la cara entre ellas y se deshizo entre un mar de lágrimas. Le costaba respirar, se ahogaba con su propio sollozo silencioso- No se arrepentía de ninguna de las palabras que acababa de dirigirle a Alfred. Solo lloraba por el dolor que le había invadido. Lloraba por pasado. Lloraba por el daño provocado por los recuerdos de una noche de noviembre.

Cinco años antes...

—Nos hemos vuelto a perder.

Amaia resopló y miró a su alrededor. Efectivamente, se habían vuelto a perder, porque no había más carretera ni señales a su alrededor. Apretó el volante con fuerza y miró a su copiloto, que se limitó a suspirar. Tome la salida 51B, dijo la voz robótica del GPS del móvil.

—¿Pero qué salida si aquí no hay ni asfalto?— se estaba empezando a frustrar y puso marcha atrás para dar la vuelta y volver a la carretera principal.

—¿Quieres que conduzca yo?— le preguntó su acompañante, pero ella negó decidida.

—Es mi coche, yo conduzco— alcanzaron la autovía y Amaia le pidió que volviese a poner el GPS, pero esta vez con su móvil, por si tenían más suerte— Recuérdame por qué estamos conduciendo perdidos como gilipollas por la sierra con lo bien que estaríamos viendo una peli en casa con Aitana.

—Porque Miriam es nuestra amiga y cumple veinticinco, ¿a ti no te gustaría que tus amigos fuesen a tu fiesta sorpresa de cumpleaños?

—Sí, pero no les haría venir a la sierra de Madrid casi en diciembre con el frío que hace— murmuró Amaia entre dientes.

Después de otros veinte minutos serpenteando carreteras en mitad de la nada, por fin llegaron a la posada del padre de Miriam, donde celebrarían su cumpleaños. El plan era que su madrastra le pidiese que le llevase para cenar allí con su padre y todos los invitados les esperasen en el salón del edificio a oscuras y escondidos. La experiencia de Amaia con las fiestas sorpresa no había sido demasiado buena, así que dudaba de que todo saliese como se había planeado, pero allí estaba, aparcando el coche para celebrar el cumpleaños de su amiga en un lugar recóndito a las afueras de Madrid.

Roi y Amaia entraron en la posada y se quitaron sus chaquetones de invierno, agradeciendo el calor de la chimenea. Ella le había suplicado a Roi que la acompañase, apenas conocía al resto de amigos de Miriam y no quería sentirse una marginada en la fiesta, y Roi había aceptado. Si hay alcohol gratis, allí estaré, le había dicho.

Efrén, el hermano mayor de Miriam, les indicó dónde estaba el guardarropa y su mujer les acompañó hasta el salón. Ambos se pararon en el umbral de la entrada, echando un vistazo rápido a su alrededor para comprobar el ambiente. Amaia se separó un poco de Roi para acercarse a la ventana y mirar a través de ella, estaba empezando a nevar. Genial, el viaje de vuelta va a ser de todo menos divertido. Sin embargo, él se lo impidió. Amaia le miró extrañada y él señaló con la cabeza al lado derecho de la estancia.

Allí estaba él.

Amaia empezó a sentir cómo todo a su alrededor se desvanecía: mesas, sillas, chimeneas, Roi y el resto de los invitados dejaron de existir y él era lo único que había en la sala. Los años habían pasado por él, su pelo estaba más corto de lo que recordaba y no pudo evitar fijarse en las casi imperceptibles líneas de expresión en su frente y sienes. Vestía unos vaqueros oscuros, una camisa blanca y un jersey a juego con los pantalones. Y sonreía. O al menos lo intentaba, porque esa no era la sonrisa que ella recordaba, la que tantos sábados había visto al despertarse y la que siempre le perseguía por los pasillos de la universidad. Tenía un matiz triste. Quizás esté cansado del viaje... No sabía ni cuándo había llegado, pero... ¿Por qué no le había contado que vendría?

Turnedo |AU- Almaia|Where stories live. Discover now